Artemidoro y Freud, con varios siglos de distancia, fueron autores cada uno de su “Interpretación de los sueños”, obras que desde perspectivas diferentes intentaron volver asequible el lenguaje onírico: una para adivinar el futuro, otra para descifrar la vida interior del sujeto.
Existe una Interpretación de los sueños que no es la de Freud, aunque por mucho tiempo fue tanto o más célebre que esta. Se trata de la Oneirokritiká
de Artemidoro, un hombre que vivió en el siglo II de nuestra era y que
pasó a la historia como “adivinador” o “interpretador” de sueños
(títulos que parecen poco justos o precisos para la labor del hombre).
La Oneirokritiká, cuya
traducción más común refleja palabra por palabra el título de la mayor
de las obras freudianas, es, en términos generales, una vasta
enciclopedia onírica, un manual de uso o diccionario de sueños que
Artemidoro fue compilando conforme escuchaba los de cientos de personas
y, a su manera y con los recursos de su tiempo y su entendimiento,
intentaba encontrarles sentido.
¿Qué significa soñar con agua, con boda,
con niños pequeños?, grita un vendedor que a cada tanto encuentro en el
transporte público, ofreciendo un cuadernillo de una treintena de
páginas que promete develarme esos secretos.
¿Con qué fin? Esencialmente uno:
anticipar el porvenir. La obra de Artemidoro puede mirarse como la cima,
el mayor esfuerzo jamás realizado, de esa manera de entender los sueños
como mensajes de un mundo paralelo y metahumano, revelaciones de
potencias fuera de los círculos del mundo que encuentran en este medio
la única forma de comunicarse, hacerse presentes, regresar, avisar,
mostrar ―aunque indirecta y crípticamente― lo que se avecina.
Así, en este paradigma de comprensión,
los sueños son un poco como las constelaciones del cielo, con sus
estrellas siempre en su lugar, con símbolos que supuestamente siempre
significan lo mismo.
A partir de Freud, sin embargo, sabemos
que los sueños se comprenden mejor a partir de una perspectiva subjetiva
que de esa otra mucho más generalizadora. No deja de ser un poco
sorprendente que tantas personas hayan creído y todavía crean que algo
tan personal como un sueño puede ser explicado o entendido con una serie
de parámetros obtenidos al limar las particularidades del sueño.
¿Qué significa soñar con agua, con boda,
con niños pequeños? Con toda probabilidad no abundancia ni muerte ni
buena fortuna. Paradójicamente, la realidad del sueño es más pedestre,
menos metafísica, pero expuesta sobre un abismo subjetivo en el que
revolotea un enjambre de significados que lo vuelve confuso y
aparentemente incomprensible.
Soñamos con un pariente o un amigo
recién fallecido y pensamos que vino a despedirse; soñamos con la mujer
que aún no sabemos si nos ama y pensamos que existe un vínculo entre
ambos que anticipa el éxito de la conquista; nos soñamos partícipes de
circunstancias terribles y, como el personaje de El milagro secreto, el cuento de Borges, nos da miedo que esas escenas sean proféticas.
Sin embargo, el significado de nuestros
sueños no debemos buscarlo fuera de nosotros, sino en nuestros deseos y
nuestros temores, en nuestros motivos de satisfacción y las
frustraciones que acarreamos, en lo que quisiéramos ver pronto realizado
y lo que quisiéramos que nunca sucediera.
Con este método, alguien que se sueña en
medio de una lluvia, corriendo sin encontrar refugio, podría entender,
por ejemplo, que esa lluvia es símbolo de su tristeza, de la que
intentaba huir —inesperadamente, sin nunca sentirse perdido. Y tal vez
nadie más que el soñante podría comprender la relación entre ambos
significantes y, sobre todo, la inefable sensación de serenidad dejada
por el sueño.
Fuente: PijamaSurf
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