...Los chamanes eran seres prácticos, y lo que ellos describían era siempre algo muy sobrio y muy realista, dijo don Juan. La dificultad de entender lo que los chamanes hacían estaba en que ellos procedían desde un sistema cognitivo diferente.
Aquel día, sentados en la parte trasera de su casa en el centro de México, don Juan dijo que el cuerpo energético era de una importancia clave en todo lo que estaba ocurriendo en mi vida. Él veía como un hecho energético el que mi cuerpo energético, en lugar de alejarse de mí (como sucede normalmente), se me acercaba a gran velocidad.
‑¿Qué significa el que se me esté acercando, don Juan? ‑pregunté.
‑Significa
que algo te va a sacar la mugre ‑dijo don Juan sonriendo‑. Un grado
tremendo de control va a aparecer en tu vida, pero no tu control; el
control del cuerpo energético.
Hay
montones de fuerzas externas controlándote ahorita mismo ‑don Juan
replicó‑. El control al que me refiero es algo que está fuera del
dominio del lenguaje. Es tu control pero a la vez no lo es. No puede
ser clasificado, pero sí puede ser experimentado. Y, por cierto y por
sobre todo, puede ser manipulado. Recuerda: puede ser manipulado, por
supuesto, para tu beneficio total, que no es, claro, tu propio beneficio
sino el beneficio del cuerpo energético. Sin embargo, elcuerpo energético eres
tú, así es que podríamos continuar indefinidamente como perros
mordiéndose la propia cola, tratando de explicar esto. El lenguaje es
inadecuado. Todas estas experiencias están más allá de la sintaxis.
La
oscuridad había descendido muy rápidamente, y el follaje de los árboles,
que momentos antes brillaba de color verde, estaba ahora muy oscuro y
denso. Don Juan dijo que si yo prestaba atención intensamente a la
oscuridad del follaje, sin enfocar la mirada sino mirando como con el
rabillo del ojo, vería una sombra fugaz cruzando mi campo de visión.
‑Ésta es
la hora apropiada para hacer lo que te voy a pedir ‑dijo‑. Toma un
momento en fijar la atención necesaria de parte tuya para lograrlo. No
pares hasta que captes esa sombra fugaz negra.
Vi de
hecho una extraña sombra fugaz negra proyectada en el follaje de los
árboles. Era, o bien una sombra que iba de un lado al otro, o varias
sombras fugaces moviéndose de derecha a izquierda o de izquierda a
derecha, o hacia arriba en el aire. Me parecían peces negros y gordos,
peces enormes. Era como si gigantescos peces espada volaran por el
aire. Estaba absorto en la visión. Luego, finalmente, la visión me
asustó. Estaba ya muy oscuro para ver el follaje, pero aun así veía las
sombras fugaces negras.
‑¿Qué es, don Juan? ‑pregunté‑. Veo sombras fugaces negras por todos lados.
‑Ah, es
el universo en su totalidad -dijo‑, inconmensurable, no lineal, fuera
del reino de la sintaxis. Los chamanes del México antiguo fueron los
primeros que vieron esas sombras fugaces, así es que las siguieron. Las
vieron como tú las viste hoy, y las vieron como energía que fluye en el universo. Y, sí, descubrieron algo trascendental.
Paró de hablar y me miró. Sus pausas encajaban perfectamente. Siempre paraba de hablar cuando yo pendía de un hilo.
‑¿Qué descubrieron, don Juan? ‑pregunté.
‑Descubrieron
que tenemos un compañero de por vida ‑dijo de la manera más clara que
pudo‑. Tenemos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y
tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos son sus
prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles,
indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si
queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos.
Estaba
ya muy oscuro a nuestro alrededor, y eso parecía impedir cualquier
expresión de mi parte. Si hubiera sido de día, me hubiera reído a
carcajadas. En la oscuridad, me sentía bastante inhibido.
‑Hay una
negrura que nos rodea ‑dijo don Juan‑, pero si miras por el rabillo del
ojo, verás todavía las fugaces sombras saltando a tu alrededor.
Tenía razón. Aun las podía ver. Sus movimientos me marearon. Don Juan prendió la luz, y eso pareció disiparlo todo.
‑Has
llegado, a través de tu propio esfuerzo, a lo que los chamanes del
México antiguo llamaban el tema de temas ‑dijo don Juan‑. Me anduve con
rodeos todo este tiempo, insinuándote que algo nos tiene prisioneros.
¡Desde luego que algo nos tiene prisioneros! Esto era unhecho energético para los chamanes del México antiguo.
‑¿Pero,
por qué este predador ha tomado posesión de la manera que usted
describe, don Juan? ‑pregunté‑. Debe haber una explicación lógica.
‑Hay una
explicación ‑replicó don Juan‑, y es la explicación más simple del
mundo. Tomaron posesión porque para ellos somos comida, y nos exprimen
sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos
gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en humaneros. Por lo
tanto, siempre tienen comida a su alcance.
Sentí
que mi cabeza se sacudía violentamente de lado a lado. No podía expresar
mi profundo sentimiento de incomodidad y descontento, pero mi cuerpo se
movía haciéndolo patente. Temblaba de pies a cabeza sin volición
alguna de mi parte.
‑No, no,
no, no ‑me oí decir‑. Esto es absurdo, don Juan. Lo que usted está
diciendo es algo monstruoso. Simplemente no puede ser cierto, para
chamanes o para seres comunes, o para nadie.
‑¿Por qué no? ‑don Juan preguntó calmadamente‑. ¿Por qué no? ¿Por qué te enfurece?
‑Sí, me enfurece ‑le contesté‑. ¡Esas afirmaciones son monstruosas!
‑Quiero
apelar a tu mente analítica ‑dijo don Juan‑. Piensa por un momento, y
dime cómo explicarías la contradicción entre la inteligencia del
hombre‑ingeniero y la estupidez de sus sistemas de creencias, o la
estupidez de su comportamiento contradictorio. Los chamanes creen que
los predadores nos han dado nuestro sistemas de creencias, nuestras
ideas acerca del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son
los que establecieron nuestras esperanzas y expectativas, nuestros
sueños de triunfo y fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y
la cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y
egomaniáticos.
‑¿Pero
de qué manera pueden hacer esto, don Juan? ‑pregunté, de cierto modo más
enojado aún por sus afirmaciones‑. ¿Susurran todo esto en nuestros
oídos mientras dormimos?
‑No, no
lo hacen de esa manera, ¡eso es una idiotez! ‑dijo don Juan,
sonriendo‑. Son infinitamente más eficaces y organizados que eso. Para
mantenernos obedientes y dóciles y débiles, los predadores se
involucraron en una maniobra estupenda (estupenda, por supuesto, desde
el punto de vista de un estratega). Una maniobra horrible desde el
punto de vista de quien la sufre. ¡Nos dieron su mente! ¿Me escuchas?
Los predadores nos dieron su mente, que se vuelve nuestra mente. La
mente del predador es barroca, contradictoria, mórbida, llena de miedo a
ser descubierta en cualquier momento.
»Aunque
nunca has sufrido hambre ‑continuó‑, sé que tienes unas ansias continuas
de comer, lo cual no es sino las ansias del predador que teme que en
cualquier momento su maniobra será descubierta y la comida le será
negada. A través de la mente, que después de todo es su mente, los
predadores inyectan en las vidas de los seres humanos lo que sea
conveniente para ellos. Y se garantizan a ellos mismos, de esta manera,
un grado de seguridad que actúa como amortiguador de su miedo.
‑No es
que no pueda aceptar esto como válido, don Juan ‑dije‑. Podría, pero hay
algo tan odioso al respecto que realmente me causa rechazo. Me fuerza a
tomar una posición contradictoria. Si es cierto que nos comen, ¿cómo
lo hacen?
Don Juan
tenía una sonrisa de oreja a oreja. Rebosaba de placer. Me explicó que
los chamanes ven a los niños humanos como extrañas bolas luminosas de
energía, cubiertas de arriba a abajo con una capa brillante, algo así
como una cobertura plástica que se ajusta de forma ceñida sobre su
capullo de energía. Dijo que esa capa brillante de conciencia era lo que los predadores consumían, y que cuando un ser humano llegaba a ser adulto, todo lo que quedaba de esa capa brillante de conciencia era
una angosta franja que se elevaba desde el suelo hasta por encima de
los dedos de los pies. Esa franja permitía al ser humano continuar vivo,
pero sólo apenas.
Como si
hubiera estado en un sueño, oí a don Juan Matus explicando que, hasta
donde él sabía, la humanidad era la única especie que tenía la capa brillante de conciencia por
fuera del capullo luminoso. Por lo tanto, se volvió presa fácil para
una conciencia de distinto orden, tal como la pesada conciencia del
predador.
Luego
hizo el comentario más injuriante que había pronunciado hasta el
momento. Dijo que esta angosta franja de conciencia era el epicentro
donde el ser humano estaba atrapado sin remedio. Aprovechándose del
único punto de conciencia que nos queda, los predadores crean llamaradas
de conciencia que proceden a consumir de manera despiadada y
predatorial. Nos otorgan problemas banales que fuerzan a esas
llamaradas de conciencia a crecer, y de esa manera nos mantienen vivos
para alimentarse con la llamarada energética de nuestras
seudo‑preocupaciones.
Algo debía de haber en lo que don Juan decía, pues me resultó tan devastador que a este punto se me revolvió el estómago.
Después de una pausa suficientemente larga para que me pudiera recuperar, le pregunté a don Juan:
‑¿Pero
por qué, si los chamanes del México antiguo, y todos los chamanes de la
actualidad, ven los predadores no hacen nada al respecto?
‑No hay
nada que tú y yo podamos hacer ‑dijo don Juan con voz grave y triste‑.
Todo lo que podemos hacer es disciplinarnos hasta el punto de que no
nos toquen. ¿Cómo puedes pedirles a tus semejantes que atraviesen los
mismos rigores de la disciplina? Se reirán y se burlarán de ti, y los
más agresivos te darán una patada en el culo. Y no tanto porque no te
crean. En lo más profundo de cada ser humano, hay un saber ancestral,
visceral acerca de la existencia del predador.
‑Los
chamanes del México antiguo ‑dijo‑ vieron al predador. Lo llamaron el
volador porque brinca en el aire. No es nada lindo. Es una enorme
sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra negra que salta por el
aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Los chamanes del México
antiguo estaban bastante inquietos con saber cuándo había hecho su
aparición en la Tierra. Razonaron que era que el hombre debía haber
sido un ser completo en algún momento, con estupendas revelaciones,
proezas de conciencia que hoy en día son leyendas mitológicas. Y luego
todo parece desvanecerse y nos quedamos con un hombre sumiso.
‑Lo que
estoy diciendo es que no nos enfrentamos a un simple predador. Es muy
ingenioso, y es organizado. Sigue un sistema metódico para volvernos
inútiles. El hombre, el ser mágico que es nuestro destino alcanzar, ya
no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre
sino los sueños de un animal que está siendo criado para volverse un
pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.
‑Este
predador ‑dijo don Juan‑, que por supuesto es un ser inorgánico, no nos
es del todo invisible, como lo son otros seres inorgánicos. Creo que de
niños sí los vemos, y decidimos que son tan terroríficos que no
queremos pensar en ellos. Los niños podrían, por supuesto, decidir
enfocarse en esa visión, pero todo el mundo a su alrededor lo disuade de
hacerlo.
»La
única alternativa que le queda a la humanidad ‑continuó‑ es la
disciplina. La disciplina es el único repelente. Pero con disciplina no
me refiero a arduas rutinas. No me refiero a levantarse cada mañana a
las cinco y media y a darte baños de agua helada hasta ponerte azul.
Los chamanes entienden por disciplina la capacidad de enfrentar con
serenidad circunstancias que no están incluidas en nuestras
expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el arte de
enfrentarse al infinito sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino porque están llenos de asombro.
‑¿De qué manera sería la disciplina de un brujo un repelente? ‑pregunté.
‑Los chamanes dicen que la disciplina hace que la capa brillante de conciencia se vuelva desabrida al volador ‑dijo
don Juan, escudriñando mi cara como queriendo encontrar algún signo de
incredulidad‑. El resultado es que los predadores se desconciertan.
Una capa brillante de conciencia que
sea incomible no es parte de su cognición, supongo. Una vez
desconcertados, no les queda otra opción que descontinuar su nefasta
tarea.
»Si los predadores no nos comen nuestra capa brillante de conciencia durante
un tiempo ‑continuó‑, ésta seguirá creciendo. Simplificando este asunto
en extremo, te puedo decir que los chamanes, por medio de su
disciplina, empujan a los predadores lo suficientemente lejos para
permitir que su capa brillante de conciencia crezca
más allá del nivel de los dedos de los pies. Una vez que pasa este
nivel, crece hasta su tamaño natural. Los chamanes del México antiguo
decían que la capa brillante de conciencia es
como un árbol. Si no se lo poda, crece hasta su tamaño y volumen
naturales. A medida que la conciencia alcanza niveles más altos que los
dedos de los pies, tremendas maniobras de percepción se vuelven cosa
corriente.
»El gran truco de esos chamanes de tiempos antiguos ‑continuó don Juan‑ era sobrecargar la mente del volador con disciplina. Descubrieron que si agotaban la mente del volador con silencio interno,
la instalación foránea saldría corriendo, dando al practicante
envuelto en tal maniobra la total certeza del origen foráneo de la
mente. La instalación foránea vuelve, te aseguro, pero no con la misma
fuerza, y comienza un proceso en que la huida de la mente del volador se
vuelve rutina, hasta que un día desaparece de forma permanente. ¡Un día
de lo más triste! Ése es el día en que tienes que contar con tus
propios recursos, que son prácticamente nulos. No hay nadie que te diga
qué hacer.Ya No hay una mente de origen foráneo que te dicte las
imbecilidades a las que estás habituado.
‑Mi
maestro, el nagual Julián, les advertía a todos sus discípulos -continuó
don Juan‑, que éste era el día más duro en la vida de un chamán, pues
la verdadera mente que nos pertenece, la suma total de todas nuestras
experiencias, después de toda una vida de dominación se ha vuelto
tímida, insegura y evasiva. Personalmente, puedo decirte que la
verdadera batalla de un chamán comienza en ese momento. El resto es
mera preparación.
Te voy a
revelar uno de los secretos más extraordinarios de la brujería. Te voy a
describir un hallazgo que les tomó a los chamanes miles de años para
verificar y consolidar.
Me miró y sonrió de manera maliciosa.
‑La mente del volador huye
para siempre cuando un chamán logra asirse a la fuerza vibradora que
nos mantiene unidos como conglomerado de fibras energéticas. Si un
chamán mantiene esa presión durante suficiente tiempo, la mente del volador huye derrotada. Y eso es exactamente lo que vas a hacer: agarrarte a la energía que te mantiene unido.
»El verdadero peligro está en que la mente del volador te
puede vencer agotándote y forzándote a abandonar jugando con la
contradicción entre lo que ella te dice y lo que yo te digo.
»Te digo, la mente del volador no
tiene competidores ‑continuó don Juan‑. Cuando propone algo, está de
acuerdo con su propia proposición, y te hace creer que hiciste algo de
valor. La mente del volador te
dirá que lo que don Juan Matus te está diciendo es puro disparate, y
luego la misma mente estará de acuerdo con su propia proposición. "Sí,
por supuesto, es un disparate", dirás. Así nos vencen.
»Los voladores son
una parte esencial del universo ‑continuó‑, y deben tomarse como lo que
son realmente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el
universo nos pone a prueba.
»Somos
sondas creadas por el universo ‑siguió, como si yo no estuviera
presente‑, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, que
somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí
mismo. Los voladores son
los desafiantes implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra
forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar...
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