Ningun conocimiento se nos da si no existe en nosotros la voluntad de conocer, ninguna droga nos salva si no queremos ser salvados.


"La experiencia más hermosa que podemos tener es lo misterioso. Es la emoción fundamental de la que
nace todo arte y ciencia verdaderos. Quien no la conozca y ya no pueda sorprenderse ni maravillarse, es
como si estuviera muerto y sus ojos estuvieran cerrados"

"Nada de lo que escuches, sin importar quien lo diga.
Nada de lo que leas, sin importar dónde esté escrito.
Nada debes aceptar, sin previo discernirlo.
Y por ti mismo, deberás decidir su validez o no.
¡Investiga!"


viernes, 3 de enero de 2014

El Hombre de Conocimiento

"Ser Hombre de Conocimiento no es un fin, es un proceso. Uno no es nunca en realidad un Hombre de Conocimiento. Más bien, uno se hace Hombre de Conocimiento por instantes muy cortos. Un Hombre de Conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido lo más lejos que puede en desenredar los secretos del poder y del Conocimiento. Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo; con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo comete vivirá para lamentar sus pasos. El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber.

Lo malo de hacer preguntas es que lo que queremos averiguar nunca se revela cuando uno lo pide. Podemos saber sin palabras o incluso sin pensamientos. El conocimiento y el lenguaje son cosas separadas. No estamos acostumbrados a esta clase de vida; por eso las señales se nos escapan.

El hombre se ocupa demasiado de si mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga. Uno ha de buscar y ver las maravillas que le rodean. Caso contrario se cansara de mirarse a si mismo, y el cansancio le hará sordo y ciego a todo lo demás."

El ego nos ha vuelto mecánicos. Las reacciones ante las impresiones que nos llegan, son totalmente mecánicas, porque así es como estamos "programados". Somos criaturas cargadas de hábitos y rutinas. Asimismo nuestro entorno social nos hace creer que somos libres, si bien en realidad no lo somos tanto, porque pocas veces podemos decidir por nuestra cuenta.

Hay demasiados elementos dentro de nuestra psicología que condicionan nuestra conducta; demasiadas ideas preconcebidas enquistadas dentro de nosotros, acerca de lo que nos rodea, de lo que somos, de lo que nos gustaría ser; y eso nos impide ver la realidad y expresarnos de manera natural.

No es muy difícil darse cuenta de ello por uno mismo; basta con auto-observarse un poco durante el día, para estudiar las reacciones que tenemos. Podremos ver entonces, que en la mayoría de situaciones, aunque aparentemente parece que escogemos libremente el actuar de una forma u otra, veremos que hay algo dentro de nosotros que condiciona nuestros actos. Si nos fijamos veremos que no siempre hacemos ni pensamos lo que queremos.

Esta es la manera como vivimos; como vive el Hombre Común; como una marioneta gobernada por toda esa carga que llevamos en nuestro interior, es decir por el Ego, que se constituye de nuestros miedos, culpabilidades, codicia, ira, envidia, orgullo, lujuria, etc. ... e innumerables defectos más que tienen atrapada a nuestra esencia más pura, la Conciencia.

Todo eso conlleva muchas tensiones, sufrimientos, incongruencias internas. A menudo nos encontramos que estamos haciendo algo, pero entonces entra la mente y nos dice que deberíamos estar haciendo otra cosa y mientras, el cuerpo está deseando hacer otra distinta. Al final el desgaste energético es enorme.

Podremos darnos cuenta de que no hay una uniformidad absoluta dentro de nosotros, un equilibrio, una autoridad interna.

¿Porque no podemos dejar de pensar? ¿Por qué no somos coherentes, y ahora pensamos una cosa y a los cinco minutos lo vemos de forma distinta? Pues porque en realidad, no somos una unidad. Hay miles de elementos en nuestro interior, que piensan, sienten y actúan por nosotros.

Pero existe la posibilidad de cambiar. Se puede dejar de transitar por la vida con la conciencia dormida; se puede dejar de ser un hombre común para convertirse en Hombre de Conocimiento.

El Hombre de Conocimiento es aquel que un buen día, oyó a su Conciencia que le susurraba a su corazón que había cosas que no encajaban con la descripción que tenía del mundo. Es aquel que al darse cuenta de que vivía experiencias que no eran compatibles con su "programa psicológico", empezó a plantearse si existirían respuestas para tantos misterios.

Entonces empezó a buscar esas respuestas. Aunque seguía encadenado dentro de la "caverna" de Platón, empezó a girar la cabeza hasta que encontró la Luz.

La luz no es otra cosa que el Conocimiento. El único punto de referencia que puede ayudar al Hombre Común a convertirse en Hombre de Conocimiento, es decir, a ver el mundo de forma distinta, a darse cuenta que está dormido y encadenado detrás de una barrera racional que le hace confundir la realidad con una mera representación de ésta.







El Conocimiento

El Conocimiento, esa Sabiduría Universal, ha sido difundido a través de la  Filosofía Perenne a lo largo de los siglos y de las diferentes culturas. No es para el intelecto, sino para el corazón, que es donde reside la Conciencia. No debe ser entendido o racionalizado, sino experimentado y comprendido.

En ocasiones ha permanecido oculto, accesible solamente a unos pocos eruditos que podían interpretar los signos y las claves bajo los cuales se le protegía del hombre común. De este modo, en muchas sociedades, el Conocimiento era transmitido de forma secreta solo a los discípulos que habían desarrollado ciertas aptitudes internas que permitieran su comprensión.

Sin embargo no siempre fue así, de hecho muchos maestros ya vinieron en su momento a dar públicamente el Conocimiento. Vinieron a explicar exactamente lo mismo aunque con distintos matices en función de cada cultura. Pero en ningún caso vinieron a fundar religiones ni sectas. Lo que ocurrió, es que fueron mal interpretados por el pueblo, por el hombre común. No se comprendió su mensaje porque se trató de entender desde detrás de la barrera racional, y eso no permitió ver el "noumeno" del que habla Kant. A la larga solo generó creyentes y ateos, que al fin y al cabo son dos caras de la misma ignorancia.

Creer, no lleva a ningún lado, solo genera más cadenas y dependencias psicológicas.

El Conocimiento, insistimos, no es para creerlo, sino que tiene la finalidad de estructurar dentro de nosotros cómo funciona todo; para que cada uno por sí mismo, cuando viva una experiencia, pueda reconocerla, pueda asimilarla y comprenderla, convirtiendo ese conocimiento en algo propio, personal y verdadero dentro de sí mismo, es decir, en Sabiduría.

Por ejemplo, si hablamos del cuerpo de ensueño, de la posibilidad de salir del cuerpo y hacer viajes astrales, no es para que lo racionalicemos, ya que solo nos daría la opción de creerlo o no creerlo, opinar, debatirlo. Eso no nos conduciría a nada.

La finalidad de transmitir el Conocimiento es para que si alguien tiene una experiencia de ese tipo, y se ve conscientemente fuera del cuerpo y se da cuenta de que es él mismo y es capaz de pensar, de sentir y de moverse de un sitio a otro, sepa reconocer lo que le está ocurriendo, y pueda comprenderlo.

Entonces, para esa persona el conocimiento ha dejado de ser algo meramente intelectual. Se ha convertido en sabiduría, porque sabe por sí mismo que la posibilidad de salir fuera del cuerpo es una realidad. Y aunque venga el científico más experto a discutírselo, uno sabe que es verdad.

Pero entonces, se dará cuenta de que es su verdad, y no la puede transmitir a nadie, en cualquier caso, puede dar la teoría y las prácticas para que otra persona llegue a experimentarlo por sí misma. Esa es la finalidad de una Escuela de Conocimiento: dar los medios para que cada uno encuentre la verdad dentro de sí mismo.

Cuando uno empieza a tener las claves, se da cuenta de que realmente el Conocimiento es universal y que es tan antiguo como el Mundo; porque está presente en todas las culturas y en todas las épocas. Podemos ver los mismos símbolos en Egipto que en una catedral gótica, en una escultura griega que en una pirámide de la cultura Maya, Azteca o Incas, o en el Tibet, en la India o en China, etc.… incluso en la Biblia y el Antiguo Testamento existen los mismos símbolos que en el Corán, la Thorá o que en las palabras de Budha.

El Camino del Conocimiento

Iniciar el Camino del Conocimiento, implica empezar a rebelarse contra el estado en que nos encontramos. Se trata de iniciar una revolución contra todo lo establecido, pero no afuera, sino dentro de nosotros; este es el gran secreto.

Hay mucha gente que se da cuenta de como está el mundo, y sienten esa necesidad de rebelarse, de cambiar las circunstancias, pero canalizan mal esa rebeldía y enfocan todo su esfuerzo hacia afuera, se afilian a tal o cual grupo, o simplemente deciden vestir de determinada manera para mostrar su disconformidad con lo establecido, y está bien, no es que estemos en contra de eso, podrán ayudar a alguna causa concreta, pero jamás lograrán de verdad, cambiar el fondo de la cuestión, es decir a sí mismos.

Hay una ley cósmica, conocida como la "Ley de Analogías", que dice que como es adentro es afuera y como es arriba es abajo, es decir que el estado actual del planeta, no es más que el reflejo del interior de cada uno de los individuos que lo habitamos, y de la misma manera nuestro entorno más cercano no es más que el reflejo de nuestro interior.

Por lo tanto, para cambiar el mundo, es necesario que todos sus habitantes o gran parte de ellos, cambien internamente. De hecho existen experiencias al respecto. A veces se han hecho experimentos en los que determinados grupos han estado haciendo trabajos conjuntos de meditación durante unos días, y en esa ciudad ha bajado el número de actos delictivos, por ejemplo.

Así pues, para cambiar nuestro mundo, hay que empezar por cambiarse a uno mismo.

Y pueden estar seguros que cuando uno empieza a transformarse, cambia su estado interior, cambia su vibración energética, aumenta su nivel de Ser y en consecuencia se empiezan a generar y a atraer circunstancias nuevas afines a su nuevo estado.

Es cierto que cambiarse a sí mismo no es cosa fácil, pero está al alcance de cualquier persona que anhele hacerlo. A partir de ahí, solo se requiere de otra cosa más: adoptar la Actitud del Guerrero.

Para convertirse en Hombre de Conocimiento se necesita ser guerrero, revolucionario.

Se trata de empezar a liberarse de las cadenas de las que habla Platón y salir de la caverna.

Pero cuando uno elimina su "programa psicológico", ya no hay nada que le dicte cómo tiene que actuar, ni qué tiene qué pensar, ni qué tiene que sentir; uno empieza a ser libre, y eso no es sencillo, ya que implica pensar por uno mismo, tomar decisiones.

Por lo tanto asumir la responsabilidad hasta la última consecuencia de esas decisiones, y para eso se necesita ser osado y valiente.

Ser guerrero no define ninguna característica externa, no tiene nada que ver con la edad, ni con el sexo, ni con el aspecto físico. Puede serlo una dulce abuela de 70 años, o un joven de 16. Ser guerrero es una actitud, es una resolución interior, es un modo de vida.

Se trata de tomar el compromiso con uno mismo. Y solo con eso, ya se empiezan a mover cosas y a generar circunstancias nuevas.















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Camino con corazón

El camino del conocimiento, como cualquier otro camino de espiritualidad, es ya de por sí radical y exigente como para poder seguirlo a la fuerza, contra voluntad. Se podrá seguir, y muchos mal dirigidos así lo intentan, pero no dará los frutos prometidos. El camino quedará en pura ascesis, en moral, pero no llevará al conocimiento. Don Juan Matus es de claridad meridiana a este respecto:

"Cualquier opción es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir bajo él bajo ninguna condición.
Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinaria. Sólo entonces sabrás que un camino es nada más que un camino, y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo si eso es lo que tu corazón de dice.

Tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición. Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. Es una pregunta que sólo se hace un hombre muy viejo. Mi maestro me habló de ella una vez cuando yo era joven y mi sangre era demasiado vigorosa para que yo la entendiera. Ahora si la entiendo. Te diré cual es: ¿tiene corazón este camino?

Si la respuesta es no, tu mismo lo sabrás y deberás entonces escoger otro camino. Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ningún lado.

Puedo decir que en mi propia vida he recorrido caminos largos, largos, pero no estoy en ninguna parte. Ahora tiene sentido la pregunta de mi benefactor. Si tiene corazón, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Aunque ningún camino lleve a ninguna parte, unos tienen corazón y otros no. Unos hacen gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. Otros te harán maldecir tu vida. Unos te hacen fuerte; otros te debilitan.

Cualquiera puede saber si un camino tiene corazón o no. El problema es que nadie se hace la pregunta y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En estas circunstancias muy pocos hombres puede pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino."

"Siempre hay que escoger el camino con corazón para estar lo mejor posible, quizá para poder reír todo el tiempo." Y para escogerlo tiene que estar libre de ambición y de miedo. Para una vez escogido, recorrerlo con corazón: un camino de corazón y con corazón.

No es el camino en sí lo que es importante. Cualquier camino no será nada más que un camino entre cantidad de caminos. Al final de cuentas un camino es un método, una disciplina, un comportamiento, hasta el punto que cualquier cosa puede ser un camino. Y en tal sentido, todos los caminos son iguales, en sí mismos considerados no llevan a ninguna parte. Son lo que son, y nada más: puros medios. El secreto está en que el camino sea sabio y adecuado para uno, tenga corazón, y en la forma de seguirlo, con sobriedad y serenidad, sin tensión, morbidez ni obsesiones. Aún el mejor camino, vivido con ansiedad y preocupación, resulta una trampa. El camino del conocimiento es el camino por excelencia de la sobriedad. Y la sobriedad no es otra cosa que la realidad tal cual es. Cualquier cosa que se le añada termina sobrando porque la impide.

Los cuatro enemigos del Hombre de Conocimiento


Cualquiera puede tratar de llegar a ser Hombre de Conocimiento; muy pocos llegan a serlo, pero es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el camino para llegar a ser un Hombre de Conocimiento son formidables, de verdad poderosos.

Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es diferente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender. Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más.

Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimente empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.

Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡El miedo!. Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda.

- ¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
- Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser un hombre de conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
- ¿Y qué se puede hacer para superar el miedo?
- La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de sí. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora.

Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural.

- ¿Ocurre de golpe, Don Juan, o poco a poco?
- Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente.
- ¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
- No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad.: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces un hombre conoce sus deseos; sabe como satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto.

Y así ha encontrado su segundo enemigo: ¡La claridad!. Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.

Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error: es como si viera algo claro pero incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.

- ¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?
- No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
- Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
- Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ese será el verdadero poder.

Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡El poder!

El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.
Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso.

- ¿Perderá su poder?
- No, nunca perderá claridad ni su poder.
- Entonces, ¿qué le distinguirá de un hombre de conocimiento?
- Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente como manejarlo. El poder es solamente una carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de sí mismo, ni puede decir cómo ni cuando usar su poder.
- La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos, ¿es definitiva?
- Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay nada que hacer.
- ¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se corrija?
- No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.
- ¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?
- Eso quiere decir que la batalla sigue. Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.
- Pero entonces, Don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo durante años, pero finalmente lo conquiste
- No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo, nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo, porque nunca se ha abandonado a él en realidad.
- ¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, Don Juan?
- Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuando usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.

El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡La vejez!. Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.

Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.

Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento, son suficientes.

Lo malo de hacer preguntas es que lo que queremos averiguar nunca se revela cuando uno lo pide.

Siempre que un hombre se propone aprender debe trabajar arduamente. Los límites de su aprendizaje están, sin embargo, determinados por su propia naturaleza. El hombre vive solo para aprender.

Nada en este mundo es un regalo: todo cuanto hay que aprender debe aprenderse por el camino difícil.

Ser hombre de conocimiento no es un fin, es un proceso. Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por instantes muy cortos.

Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es obscuro; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.

Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así comienza a tener miedo. Cada paso del aprendizaje es un problema y el miedo empieza a crecer sin misericordia, sin ceder.

Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo!. Un enemigo terrible: traicionero y enredado. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda.

No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas en forma distinta. Una de las fuerzas más grandes en la vida es el miedo pues nos impulsa a aprender.

Al hombre que corre por miedo nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser hombre de conocimiento; llegará a ser hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias de saber.

La respuesta para superar el miedo es muy sencilla. No debes correr. Debes desafiar a tu miedo y pese a él debes dar el siguiente paso en tu aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debes estar lleno de miedo, pero no debes detenerte. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que tu primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de sí. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora, ocurre poco a poco; y, sin embargo, el miedo se conquista rápido y de repente.

Una vez que el hombre ha conquistado el miedo, está libre por el resto de su vida, porque cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos y sabe satisfacerlos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. Siente que nada está oculto.

"Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad!. Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.

Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene ante nada. Por todo eso es un error; es como si viera algo claro pero incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y ser para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.

Si un hombre es derrotado por su segundo enemigo parará en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, puede volverse un guerrero impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada más.

Para evitar la derrota debe hacer lo que hizo con el miedo: desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error y vendrá un momento en que comprenda que ella era sólo un punto delante de sus ojos. Así habrá vencido a su segundo enemigo y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión.

Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla.

El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. El manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.

Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso.

Nunca perderá, sin embargo, su claridad ni su poder.

Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente como manejarlo.

El poder es sólo una carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de sí mismo, ni puede decidir como ni cuando usar su poder.

Una vez que un hombre se rinde, está acabado.

Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza, quiere decir que la batalla sigue, que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no lucha y se abandona.

Para vencer a su tercer enemigo: el poder, tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerlo a raya a todas horas, manejando con tiento y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.

El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez!. Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.

Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en que se siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá todo su conocimiento, su claridad y su poder.

Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, pude entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan solo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes.

Fuente: Elquecorreconlobos

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