La primera vez que un hombre Ashaninca me contó que aprendió las propiedades medicinales de plantas bebiendo un brebaje alucinógeno, pensé que estaba bromeando. Nos encontrábamos en el bosque sentados al lado de un arbusto cuyas hojas, él declaró, podían curar la mordedura de una serpiente mortal. “Uno aprende tales cosas bebiendo ayahuasca”, él dijo. Pero él no estaba riendo.
Esto fue a comienzos del 1985, en la comunidad de Quirishari en el valle de Pichis de la amazonia peruana. Tenía 25 años y empezaba un período de trabajo de campo de dos años para obtener un doctorado en antropología por la Universidad de Stanford. Mi formación me había inducido a esperar a que la gente me contara cuentos chinos. Pensaba que mi trabajo como antropólogo era descubrir que era lo que realmente querían decir, como si de algún tipo de detective privado yo me tratara.
Durante
mi investigación sobre la ecología Ashaninca, la gente de Quirishari
regularmente mencionaba el mundo alucinógeno de los ayahuasqueros, o
chamanes. En conversaciones sobre plantas, animales, tierras, o el
bosque, ellos se referían a los ayahuasqueros como la fuente de
conocimiento. Cada vez que decían esto me preguntaba que es lo que
realmente esto significaba.
Mi
trabajo de campo concernía el uso Ashaninca de los recursos – con
especial énfasis en sus técnicas racionales y pragmáticas. Enfatizar el
origen alucinógeno del conocimiento ecológico de los Ashaninca hubiera
sido contraproducente al principal argumento subyacente de mi
investigación. Sin embargo, el enigma continuaba: esta gente
extremadamente práctica y franca, viviendo casi autónomamente en el
bosque amazónico, insistían en que su extenso conocimiento botánico
procedía de alucinaciones inducidas por plantas. ¿Cómo podía ser esto
verdad?
El
enigma era de lo más fascinante ya que el conocimiento botánico de los
indígenas amazónicos ha asombrado a científicos durante mucho tiempo. La
composición química de la ayahuasca es un ejemplo que hace al caso. Los
chamanes amazónicos preparan ayahuasca desde hace milenios. El brebaje
es una combinación necesaria de dos plantas, la cuales deben ser
hervidas conjuntamente durante horas. La primera contiene una substancia
alucinógena, la dimetiltriptamina, que parece ser también secretada por
el cerebro humano; pero este alucinógeno no produce efecto alguno
cuando es ingerido por vía oral, debido a que una enzima del estómago
llamada monoamina oxidasa lo bloquea. La segunda planta, no obstante,
contiene varias substancias que inactivan esta precisa enzima estomacal,
permitiendo que el alucinógeno alcance el cerebro.
Así
que hay gente sin microscopios electrónicos que escogen, de entre unas
80,000 especies de plantas amazónicas, las hojas de un arbusto que
contiene una hormona alucinógena del cerebro, la cual combinan con una
liana que a su vez contiene compuestos que inactivan una enzima del
tracto digestivo, la cual si no impediría el efecto alucinógeno. Y hacen
esto para modificar su conciencia.
Es
como si conocieran las propiedades moleculares de las plantas y el arte
de combinarlas, y cuando uno les pregunta como es que saben estas
cosas, ellos dicen que su conocimiento proviene directamente de plantas
alucinógenas.
No
había venido a Quirishari a estudiar este asunto, el cual para mi tiene
que ver con mitología indígena. Hasta consideraba el estudio de la
mitología como un pasatiempo inútil y “retrógrado”. Mi interés como
antropólogo se centraba en la explotación de los recursos por los
Ashaninca. Intentaba demostrar que un desarrollo verdadero consiste
primero, en reconocer los derechos territoriales de los indígenas. Mi
punto de vista era materialista y político, antes que místico – a pesar
de todo me impresionó bastante el pragmatismo de los Quirishari.
Esta
es una gente que enseña por ejemplo antes que por explicación. Los
padres animan a sus hijos a que los acompañen en su trabajo. La frase
“deja a papá solo porque está trabajando” es desconocida. La gente
sospecha acerca de conceptos abstractos. Cuando una idea parece
realmente mala, ellos dirán como quien no quiere tomar la cosa en serio:
“es pura teoría”. Las dos palabras claves que surgían una y otra vez en
conversaciones eran “práctica” y “táctica” – sin duda porque son
requisitos para vivir en la selva.
Después
de aproximadamente un año en Quirishari, llegué a observar que el
sentido práctico de mis anfitriones era mucho más fiable en su medio
ambiente que mi comprensión académicamente informada de la realidad. Su
conocimiento empírico era innegable, pero sus explicaciones sobre el
origen de su conocimiento me eran increíbles. Mi actitud era
ambivalente. Por una parte, quería comprender que pensaban – por
ejemplo, sobre la realidad de los “espíritus” – pero por otra parte, no
podía tomarme seriamente lo que decían porque no me lo creía.
Al
partir de Quirishari, supe que no había solucionado el enigma del
origen alucinógeno del conocimiento ecológico Ashaninca. Marché con el
extraño sentimiento de que el problema tenía que ver más con mi
incapacidad de comprender qué había dicho la gente, que con la
insuficiencia de sus explicaciones. Siempre habían utilizado palabras
tan simples.
En Junio del 1992, fui a Río a asistir a la conferencia mundial de desarrollo y medio ambiente. En la “cumbre de la Tierra
de Río”, pues así fue llamada, todos hablaban sobre el conocimiento
ecológico de los indígenas, pero ciertamente nadie mencionaba nada sobre
el origen alucinógeno de parte de este, tal y como era reconocido por
los mismos indígenas.
Algunos
colegas preguntarían, “¿quieres decir que los indios afirman obtener
información verificable molecularmente de sus alucinaciones? ¿No les
crees de manera literal, verdad?” ¿Qué podría uno contestar? Nada uno
puede decir sin contradecir dos principios fundamentales del
conocimiento occidental.
Primero,
las alucinaciones no pueden ser fuente de información real, y si lo
son, se consideran psicosis. En el mejor de los casos el conocimiento
occidental considera las alucinaciones como ilusiones, en el peor como
fenómenos mórbidos.
Segundo,
las plantas no comunican como los seres humanos. Teorías científicas de
la comunicación consideran que solo los seres humanos utilizan símbolos
abstractos como palabras e imágenes, y que las plantas no transmiten
información en forma de imágenes mentales. Para la ciencia, el cerebro
humano es la fuente de las alucinaciones, el cual las plantas
psicoactivas simplemente estimula gracias a las moléculas alucinógenas
que contienen.
Fue
en Río que me di cuenta del alcance del dilema planteado por el
conocimiento alucinógeno de los indígenas. Por una parte, sus resultados
son confirmados empíricamente y usados por la industria farmacéutica;
por otra parte, su origen no puede ser discutido científicamente porque
contradice los axiomas del conocimiento occidental.
Cuando
comprendí que el enigma de la comunicación por plantas era un punto
ciego para la ciencia, sentí la necesidad de dirigir una investigación a
fondo sobre la cuestión. Además, el misterio de la comunicación por
plantas me había estado acompañando desde mi estancia con los
Ashanincas, y sabía que la exploración de contradicciones en ciencia a
menudo da resultados fructuosos. Me pareció que el establecimiento de un
dialogo serio con los indígenas sobre ecología y botánica requería que
esta cuestión fuese tratada.
Yo
mismo había ingerido ayahuasca en Quirishari, una experiencia que me
puso cara a cara con un territorio irracional y subjetivo que fue
aterrador, aún lleno de información. En los meses posteriores, pensaba
mucho sobre lo que mi principal informante Ashaninca, Carlos Pérez
Shuma, había dicho. ¿Qué tal si fuese cierto que la naturaleza habla en
signos y que el secreto de entender su lenguaje consiste en darse cuenta
de las similitudes en la forma?, ¿Qué tal si me lo tomaba literalmente?
Me
gusto esta idea y decidí leer textos antropológicos de chamanismo,
fijándome no solo en su contenido si no también en su estilo. Pegué una
nota en la pared de mi despacho: “Observa la FORMA”.
Una
cosa se hizo clara al recordar mi estancia en Quirishari. Cada vez que
había dudado de una explicación de mis informantes, mi comprensión de la
visión Ashaninca de la realidad se agarrotaba; contrariamente, en las
raras ocasiones en que conseguí silenciar mis dudas, mi comprensión de
la realidad local aumentaba – como si hubiera veces que uno tuviese que
creer para ver, en lugar de lo contrario.
Se
me hizo claro que de alguna manera los ayahuasqueros en sus visiones
conseguían acceso a información verificable sobre las propiedades de las
plantas. De esta manera, razoné, el enigma del conocimiento alucinógeno
podía ser reducido a una pregunta: ¿Provenía esta información del
interior del cerebro humano, tal y como el punto de vista científico
afirmaría, o bien del mundo exterior de las plantas, tal y como los
chamanes declaran?
Ambas perspectivas parecían presentar ventajas e inconvenientes.
Por
una parte, la similitud entre el perfil molecular de los alucinógenos
naturales y la serotonina parecían verdaderamente indicar que estas
substancias actúan como llaves que encajan en la misma cerradura del
interior del cerebro. Sin embargo, no podía estar de acuerdo con la
posición científica en la cual las alucinaciones solo son descargas de
imágenes almacenadas en compartimientos de la memoria subconsciente.
Estaba convencido de que las enormes serpientes fluorescentes que había
visto gracias a la ayahuasca no correspondían de ninguna manera a nada
que yo hubiera podido soñar ni en mis pesadillas más extremas.
Además,
la velocidad y coherencia de algunas de las imágenes alucinógenas
sobrepasaban en gran medida los mejores videos de rock, y sabía que no
hubiera podido filmarlos.
Por
otra parte, estaba encontrando cada vez más fácil abandonar la
incredulidad y considerar el punto de vista indígena como potencialmente
correcto. Después de todo, había todo tipo de huecos y contradicciones
en el conocimiento científico de los alucinógenos, el cual al principio
había parecido tan seguro: Los científicos no saben como estas
substancias afectan a nuestra conciencia, y tampoco han estudiado
verdaderos alucinógenos en detalle. Ya no me parecía irrazonable
considerar que la información sobre el contenido molecular de las
plantas pudiera ciertamente provenir de las mismas plantas, justo como
los ayahuasqueros afirmaban. Sin embargo, fallé en ver como esto podría
funcionar concretamente.
A
lo mejor encontraría la respuesta teniendo en cuenta ambas perspectivas
simultáneamente, con un ojo encima la ciencia y el otro encima el
chamanismo. De esta manera la solución consistiría en formular la
pregunta de manera diferente: No era cuestión de preguntar si la fuente
de las alucinaciones es interna o externa, si no de considerar que
podría ser ambas al mismo tiempo. No podía imaginar como esta idea
podría funcionar en la práctica, pero me gustó porque reconciliaba dos
puntos de vista que eran aparentemente divergentes.
Mi
investigación reveló que a principios de los sesenta, el antropólogo
Michael Harner había estado en la amazonia peruana estudiando la cultura
de los indios Conibo. Después de algo de un año poco había progresado
en la comprensión de su sistema religioso cuando los Conibo le dijeron
que si realmente quería aprender, necesitaba beber ayahuasca. Harner
aceptó, no sin miedo, ya que la gente le había avisado de que la
experiencia era aterradora. Al siguiente atardecer, bajo la supervisión
estricta de sus amigos indígenas, bebió el equivalente a un tercio de
botella. Después de varios minutos se encontró desembocando dentro de un
mundo de genuinas alucinaciones.
Observó
que sus visiones emanaban de “criaturas reptiles gigantes” reposando en
las más bajas profundidades de su cerebro. Estas criaturas empezaron a
proyectar escenas delante de sus ojos. “Primero me mostraron el planeta
Tierra tal y como era eones atrás, antes de que hubiera vida en él. Vi
un océano, tierra árida, y un cielo azul brillante. Entonces cientos de
motas negras cayeron del cielo y aterrizaron delante de mí sobre el
paisaje estéril. Pude ver que de echo, las “motas” eran grandes
criaturas negras brillantes con alas achaparradas como de terodáctilos y
enormes cuerpos como de ballena… Ellas me explicaron a través de una
especie de lengua pensante que huían de algo del espacio exterior.
Habían llegado al planeta Tierra para escapar de su enemigo. Entonces
las criaturas me enseñaron como habían creado vida en el planeta para
esconderse dentro de las multitudinarias formas y así disfrazar su
presencia. Ante mi, la magnificencia de la creación y especiación de
plantas y animales – cientos de millones de años de actividad –
ocurrieron a una escala y con una vivacidad imposible de describir.
Aprendí que las criaturas parecidas a dragones estaban, de este modo,
dentro de todas las formas de la vida, incluido en los hombres”.
En
este punto de su relato, Harner escribe en una nota al pie de la
página: “Retrospectivamente uno podría decir que ellos eran casi como
ADN, aunque entonces, en 1961, no sabía nada del ADN “.
No
había prestado atención a esa nota previamente. En efecto había ADN
dentro del cerebro humano, así como también en el mundo externo de las
plantas, ya que la molécula de la vida que contiene información genética
es la misma para todas las especies. El ADN podría entonces ser
considerada una fuente de información que es tanto externa como interna –
en otras palabras, precisamente lo que había estado intentado imaginar.
Me
zambullí de nuevo en el libro de Harner, pero no encontré nuevas
menciones del ADN. Sin embargo, algunas páginas adelante, Harner señala
que “dragón” y “serpiente” son sinónimos. Esto me hizo pensar que la
doble hélice del ADN se parece, en su forma, a dos serpientes
entrelazadas.
Las
criaturas reptiles que Harner había visto en su cerebro me hicieron
recordar algo, pero no podía decir que. Después de hurgar en mi despacho
un tiempo, puse mis manos en un artículo llamado “Cerebro y Mente en el
chamanismo Desana” de Gerardo Reichel-Dolmatoff. Pasando páginas, me
detuve en un dibujo Desana de un cerebro humano con una serpiente
alojada entre los dos hemisferios. Varias páginas después en el mismo
artículo, encontré un segundo dibujo, esta vez con dos serpientes. Según
Reichel-Dolmatoff, dentro de la fisura “habitan dos serpientes
entrelazadas… En el chamanismo Desana estas dos serpientes simbolizan un
principio femenino y masculino, una imagen de madre y padre, agua y
tierra…; en resumen, representan un concepto de oposición binaria el
cual tiene que ser superado para alcanzar conciencia e integración
individual. Las serpientes son imaginadas dando vueltas rítmicamente en
espiral en un movimiento oscilatorio de un lado a otro”.
Acerca
de las principales creencias cosmológicas de los Desanas,
Reichel-Dolmatoff escribe: “Los Desana dicen que en el principio del
tiempo sus ancestros llegaron en canoas en forma como de enormes
serpientes”.
Estaba
asombrado por las similitudes entre el relato de Harner, basado en su
experiencia alucinógena con los Indios Conibo en la amazonia peruana, y
los conceptos chamánicos y mitológicos de una gente que usa la ayahuasca
y vive a mil millas de distancia en la amazonia colombiana. En ambos
casos había reptiles en el cerebro y barcos de origen cósmico en forma
de serpiente que eran buques de vida en el inicio del tiempo. ¿Pura
coincidencia?.
Para
averiguarlo, consulté un libro sobre un tercer grupo de gente que usa
la ayahuasca, titulado: “Visión, Conocimiento, Poder: Chamanismo en los
Yagua del Noreste del Perú”. En este estudio de Jean-Pierre Chaumeil (en
mi opinión, uno de los más rigurosos en la materia), encontré una
“serpiente celestial” en un dibujo sobre el universo de un chamán Yagua.
Entonces, algunas páginas más adelante, la declaración de otro chamán
se citaba: “Al principio de todo, antes del nacimiento de la tierra, la
tierra de aquí, nuestros ancestros más distantes vivían en otra tierra…”
Chaumeil añade que los Yagua consideran que todos los seres vivientes
fueron creados por gemelos, quienes son “los dos caracteres centrales
del pensamiento cosmogónico Yagua”.
Estas
correspondencias parecían muy extrañas, y no sabía que hacer con ellas.
Mejor dicho, podía ver un modo fácil de interpretarlos, pero eso
contradecía mi comprensión de la realidad: Un antropólogo occidental
como Harner bebe una dosis fuerte de ayahuasca con una gente y consigue
acceso, en medio del siglo veinte, a un mundo que informa de los
conceptos “mitológicos” de otra gente y que les permite comunicarse con
espíritus creadores de vida de origen cósmico, posiblemente relacionados
con el ADN. Esto me parecía sumamente improbable, si no imposible. Aún,
había decidido seguir mi planteamiento a través de su conclusión
lógica. Entonces, sin darle mucha importancia con un lápiz escribí en el
margen del texto de Chaumeil: “¿gemelos = ADN?”
Estas
conexiones indirectas y analógicas entre el ADN y las esferas
alucinógenas y mitológicas me parecían divertidas, o intrigantes como
mucho. No obstante, empecé a pensar que quizás con el ADN había
encontrado el concepto científico sobre el cual poner un ojo, mientras
enfocar el otro en el chamanismo de los ayahuasqueros amazónicos.
Por
ese entonces, mientras continuaba buscando nuevas conexiones entre
chamanismo y ADN, recibí una carta de un amigo quien sugería que quizás,
el chamanismo era “intraducible a nuestra lógica por la falta de
conceptos correspondientes”. Entendí que quería decir, y yo estaba
intentando ver precisamente si el ADN, sin ser exactamente equivalente,
podía ser el concepto que mejor traduciría lo que decían los
ayahuasqueros.
Hojeando
escritos de autoridades en mitología, descubrí con sorpresa que el tema
del creador gemelo de origen celestial era extremamente común en
Sudamérica, y efectivamente en todo el mundo. La historia que los
Ashaninca cuentan sobre Avíreri y su hermana, quienes crearon la vida
por transformación, solo era una de entre cientos de variantes sobre el
tema de los “gemelos divinos”.
Otro
ejemplo es la serpiente plumada de los Aztecas, Quetzalcoatl, quien
simboliza la “energía sagrada de la vida”, y su hermano gemelo
Tezcatlipoca. Ambos son hijos de la serpiente cósmica Coatlicue.
Cuando
leí el siguiente fragmento del último libro de Claude Lévi-Strauss,
pegué un salto: “En azteca, la palabra coatl significa tanto “serpiente”
como “gemelo”. Así, el nombre Quetzalcoatl puede ser interpretado como
“serpiente plumada” o “gemelo magnífico”.
¿Una
serpiente gemela, de origen cósmico, simbolizando la energía sagrada de
la vida? ¿Entre los Aztecas? Me preguntaba que podrían significar todos
estos seres gemelos de los mitos creacionistas de los indígenas.
Intentaba mantener un ojo sobre el ADN y el otro sobre el chamanismo
para encontrar puntos en común entre los dos. Revisé las
correspondencias que había sentido tan lejos. Rumiando sobre este
bloqueo mental, recordé el desafío de Carlos Pérez Shuma : “Observa la FORMA”.
Había
consultado sobre el ADN en varias enciclopedias y de pasada me había
dado cuenta de que la forma de la doble hélice era descrita de manera
más frecuente como una escalera, o una escalera de cuerda girada en
espiral, o una escalera en espiral. Fue inmediatamente después, mientras
me preguntaba si había escaleras en chamanismo, que la revelación
ocurrió: “¡LAS ESCALERAS! Las escaleras de los chamanes, símbolos de la
profesión según Métraux, presentes en temas chamánicos en todo el mundo
según Eliade!”.
Corrí
rápidamente a mi despacho y cogí el libro de Mircea Eliade “Chamanismo:
las Técnicas Arcaicas del Éxtasis” y descubrí que había “incontables
ejemplos” de escaleras chamánicas en los cinco continentes, aquí una
“escalera espiral”, allí una “escala” o “cuerdas trenzadas”. En
Australia, Tíbet, Nepal, Egipto antiguo, África, Norte y Sudamérica, “el
simbolismo de la cuerda, como él de la escalera, implica necesariamente
la comunicación entre el cielo y la tierra. Es mediante una cuerda o
una escalera (como también por una liana, un puente, o una cadena de no
importa que, etc.) que los dioses descienden a la Tierra y los hombres suben al cielo”.
Eliade
hasta cita un ejemplo del Viejo Testamento, donde Jacobo sueña con una
escalera que alcanza el cielo, “a través de la cual los ángeles de Dios
ascienden y descienden”. Según Eliade, la escalera chamánica es la
versión más temprana de la idea de un axis (eje) del mundo, el cual
conecta los diferentes niveles del cosmos, y se encuentra en numerosos
mitos creacionistas en la forma de un árbol.
Hasta
entonces había sospechado del trabajo de Eliade, pero de repente lo
veía desde otro punto de vista. Empecé a hojear sus otros escritos que
yo poseía y descubrí: serpientes cósmicas. Esta vez eran aborígenes
australianos que consideraban que la creación de la vida fue a cargo de
un “personaje cósmico relacionado con la fecundidad universal, la Serpiente Arco Iris”, los poderes de la cual eran simbolizados por cristales de cuarzo.
¿Cómo
podía ser que aborígenes australianos, separados del resto de la
humanidad por 40,000 años, explican la misma historia sobre la creación
de la vida por una serpiente cósmica asociada a cristales de cuarzo tal y
como es contada por pobladores amazónicos consumidores de ayahuasca?
Las conexiones que empezaba a percibir superaban el campo de mi
investigación. ¿Cómo podían serpientes cósmicas de Australia ayudar a mi
análisis sobre el uso de alucinógenos en la amazonía occidental?
Intenté
contestar a mi pregunta: Uno, la cultura occidental se ha desconectado
del principio serpiente/vida, del ADN en otras palabras, ya que adoptó
un punto de vista exclusivamente racional. Dos, la gente que practica lo
que nosotros llamamos “chamanismo” comunica con el ADN. Tres,
paradójicamente, la parte de la humanidad que se desconectó de la
serpiente consiguió descubrir su existencia material en un laboratorio
unos tres mil años después.
La
gente usa diferentes técnicas en diferentes lugares para conseguir
acceso al conocimiento del principio vital. En sus visiones los chamanes
logran llevar su conciencia a un nivel molecular.
Así
es como aprenden a combinar hormonas cerebrales con inhibidores de la
monoamino oxidasa, o como descubren 40 fuentes diferentes de
paralizadores musculares, mientras la ciencia solo ha sido capaz de
imitar a sus moléculas. Cuando dicen que su conocimiento proviene de
seres que ven en sus alucinaciones, sus palabras significan exactamente
lo que dicen.
Según
los chamanes del mundo entero, uno establece comunicación con espíritus
por vía de música. Para los ayahuasqueros, es casi inconcebible entrar
en el mundo de los espíritus y permanecer en silencio. Angelika
Gebhart-Sayer habla de la “música visual” proyectada por los espíritus
delante de los ojos del chaman: está echa de imágenes tridimensionales
que se funden en sonido y que el chamán imita emitiendo melodías
correspondientes. Yo debía examinar si el ADN emite sonido.
Parecía
que nadie había advertido los posibles vínculos entre los “mitos” de la
“gente primitiva” y la biología molecular. Nadie había visto que la
doble hélice había simbolizado el principio de la vida durante miles de
años en todo el mundo. Contrariamente; todo estaba al revés. Se
consideraba que las alucinaciones no podían de ninguna manera constituir
una fuente de conocimiento, que los indios habían encontrado sus
moléculas útiles por experimentación imprevista, y que sus “mitos” eran
precisamente mitos, sin relación alguna con el conocimiento real
descubierto en los laboratorios.
En
este punto, recordé que Michael Harner había dicho que esta información
estaba reservada a los muertos y a los moribundos. Repentinamente, me
sobrevino el miedo y sentí la urgencia de compartir estas ideas con
alguien más. Cogí el teléfono y llamé a un viejo amigo que también es
escritor.
Rápidamente
le informé de las correspondencias que había encontrado durante el día:
los gemelos, las serpientes cósmicas, las escaleras de Eliade. Entonces
añadí: “Hay una última correlación que es ligeramente menos clara que
las otras. Los espíritus que uno ve en las alucinaciones son imágenes
tridimensionales que emiten sonido, y hablan un lenguaje echo de
imágenes tridimensionales que emiten sonido. En otras palabras, están
echas de su propio lenguaje, como el ADN”.
Hubo un largo silencio al otro lado del teléfono.
Entonces
mi amigo dijo, “Sí, y como el ADN, se replican a si mismos para
transmitir su información”. Apunté eso, y fue después al revisar mis
notas sobre la relación entre los espíritus alucinógenos hechos de
lenguaje y el ADN que recordé el primer verso del primer capítulo del
Evangelio según Juan: “Al principio era el logos” – la palabra, el
verbo, el lenguaje.
Aquella noche me costó mucho dormir.
Mi
investigación me había llevado a formular la siguiente hipótesis de
trabajo: En sus visiones, los chamanes llevan su conciencia al nivel
molecular y consiguen acceso a información relacionada con el ADN, al
cual ellos llaman “esencias animadas” o “espíritus”. Así es como ven
dobles hélices, escaleras en espiral y formas de cromosoma. Así es como
culturas chamánicas han conocido durante milenios que el principio vital
es el mismo para todos los seres vivientes y que este tiene forma
parecida a dos serpientes entrelazadas (o de una liana, una cuerda, una
escalera …). El ADN es la fuente de su asombroso conocimiento botánico y
medicinal, el cual solo puede ser logrado en estados de conciencia
desenfocados y “no-racionales”, aunque sus resultados son empíricamente
verificables. Los mitos de estas culturas están llenas de imaginería
biológica. Y las explicaciones metafóricas de los chamanes corresponden
de manera bastante precisa a las descripciones que los biólogos están
empezando a proporcionar.
Como
el axis mundi de las tradiciones chamánicas, el ADN tiene la forma de
una escalera en espiral (o una liana…); según mi hipótesis, el ADN era,
como el axis mundi, la fuente de conocimiento y visiones chamánicas.
Para estar seguro de esto necesitaba entender como el ADN podía
transmitir información visual. Sabía que emitía fotones, los cuales son
ondas electromagnéticas, y recordaba lo que Carlos Pérez Shuma me había
dicho cuando comparó los espíritus con ondas de radio: “Una vez
enciendes la radio, las puedes coger. Así es con las almas; con
ayahuasca … las puedes ver y oír”. De esta manera busqué literatura
sobre fotones de origen biológico, o “biofotones”.
A
principios de los ochenta, gracias al desarrollo de un aparato de
medida sofisticado, un grupo de científicos demostró que las células de
todos los seres vivientes emiten fotones a una proporción de
aproximadamente hasta 100 unidades por segundo y por centímetro
cuadrado. También demostraron que el ADN era la fuente de esta emisión
de fotones.
De
esas lecturas, aprendí con asombro que la longitud de onda en la cual
el ADN emite estos fotones corresponde exactamente a la banda estrecha
de luz visible. A pesar de todo, esto no probaba que la luz emitida por
el ADN era lo que los chamanes veían en sus visiones. Además, había un
aspecto fundamental de esta emisión de fotones que yo no podía
comprender. Según los investigadores que lo mesuraron, su debilidad es
tal que corresponde “a la intensidad de una vela a una distancia de unos
10 kilómetros”, pero tiene “un sorprendentemente alto grado de
coherencia, comparado con el de los campos técnicos (láser).”
¿Cómo podía una señal ultra débil ser altamente coherente? ¿Cómo podía una vela distante ser comparada con un “láser”?.
Llegué
a entender que en una fuente coherente de luz, la cantidad de fotones
emitidos puede variar, pero los intervalos de emisión permanecen
constantes. El ADN emite fotones con tal regularidad que los
investigadores comparan el fenómeno con un “láser ultra débil”. Hasta
ahí yo podía entender, pero aún no podía ver que es lo que esto
implicaba para mi investigación.
Consulté
a mi amigo, un periodista científico, quien lo explico inmediatamente:
“Una fuente coherente de luz, como un láser, da la sensación de colores
brillantes, una luminiscencia, y una impresión de profundidad
holográfica”.
La
explicación de mi amigo me proporcionó un elemento esencial. Las
descripciones detalladas de las experiencias alucinógenas de ayahuasca
mencionan invariablemente colores brillantes, y, según los autores del
estudio de la dimetiltriptamina: “Los sujetos describieron los colores
como más brillantes, más intensos, y profundamente saturados, que
aquellos vistos en estado de conciencia ordinaria o en sueños: Era el
azul de un cielo del desierto, pero de otro planeta. Los colores eran de
10 a 100 veces más saturados.”
Era
casi demasiado bueno para ser verdad. La emisión de fotones altamente
coherente del ADN explicaba la luminiscencia de las imágenes
alucinógenas, como también su aspecto tridimensional o holográfico.
En
base a esta conexión, ahora podía concebir un mecanismo neurológico
para mi hipótesis. Las moléculas de nicotina o dimetiltriptamina,
contenidas en la ayahuasca, activan sus respectivos receptores, los
cuales hacen estallar una cascada de reacciones electroquímicas dentro
de las neuronas, que conduce a la estimulación del ADN, y más
particularmente, a la emisión de ondas visibles (por el ADN), que los
chamanes perciben como “alucinaciones”.
Allí,
pensé, está la fuente del conocimiento: ADN, viviendo en el agua y
emitiendo fotones, como un dragón acuático escupiendo fuego.
¿Me
equivoco al vincular el ADN con estas serpientes cósmicas de todo el
mundo, con estas cuerdas celestes y axis mundi?. Algunos de mis colegas
lo afirmarían indudablemente. Ellos me recordarían que antropólogos del
siglo diecinueve habían comparado culturas y elaborado teorías en base a
las similitudes que encontraron. Cuando descubrieron, por ejemplo, que
las gaitas no solo eran utilizadas en Escocia, sino también en Arabia y
Ucrania, establecieron falsas conexiones entre estas culturas. Entonces
se dieron cuenta que la gente podía realizar cosas similares por razones
diferentes.
Desde
entonces, la antropología se ha apartado de generalizaciones
grandiosas, ha denunciado “abusos del método comparativo”, y se ha
encerrado en si misma en la especifidad al filo de la miopía. Aún
evitando comparaciones entre culturas, uno termina por enmascarar
conexiones verdaderas y fragmentando la realidad un poco más, sin ni
siquiera saberlo.
¿Es
la serpiente cósmica de los Shipibo-Conibo, los Aztecas, los aborígenes
australianos, y los egipcios antiguos la misma? No, respondería el
antropólogo que insiste en la especifidad cultural; pero es hora de
devolverles su crítica. ¿Por qué se insiste en separar la realidad, pero
nunca se intenta juntarla de nuevo otra vez?
Según
mi hipótesis, los chamanes llevan su conciencia al nivel molecular y
logran acceso a información biomolecular. ¿Pero qué ocurre, de hecho, en
el cerebro/mente de una ayahuasquero cuando esto pasa? ¿Cuál es la
naturaleza de la comunicación de un chaman con las esencias animadas de
la naturaleza? La respuesta clara es que se necesita más investigación
sobre la conciencia, el chamanismo, la biología molecular, y sus
interrelaciones.
Fuente: PlanetaConciencia
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