La gente suele preguntarme adónde nos lleva el despertar. ¿Dónde acaba todo esto? Esta pregunta resulta muy difícil de contestar, porque cualquier cosa que responda puede convertirse en otro objetivo en la mente. Los objetivos mentales son, por supuesto, grandes obstáculos para llegar a ser plenamente conscientes y estar plenamente despiertos. Sin embargo, sin duda hay una trayectoria hacia el despertar, una maduración desde el despertar hasta lo que podríamos llamar iluminación. Resulta muy difícil decir qué es la iluminación. En realidad no es diferente del despertar, y supone la maduración de éste. Tal como maduramos al pasar de ser un niño a un ser humano adulto, y después un anciano, y quién sabe qué después de eso. La experiencia y la expresión madura del despertar es bastante difícil de expresar, pero de algún modo es necesario que se exprese. Al menos, como maestro, yo intento expresarla, y trato de que mi fracaso tenga calidad.
por Adyashanti
Cuanto más entramos en la experiencia directa del ser, de lo no
nacido, de lo inmortal, de lo no creado que somos, más entramos en una
verdadera sensación de no dualidad. Con no dualidad me refiero a vivir
más allá de lo absoluto y lo relativo. En cierto sentido, nuestra
experiencia se abre más allá de la percepción de unidad, incluso más
allá de la experiencia de unidad. Nos damos cuenta de que el núcleo de
nosotros mismos, la esencia de nosotros mismos es algo mucho más
parecido al puro potencial. Nos percatamos de que somos puro potencial
antes de convertirse en algo concreto, antes de convertirse en el Uno,
en los muchos, en esto o aquello.
La maduración del despertar es este profundo retorno a nuestra
esencia, a la simplicidad de lo que somos, que está antes y más allá del
ser y del no ser, de lo existente y de lo inexistente. Es donde hay una
desaparición, por así decirlo, donde nuestras mentes ya no se quedan
fijadas en ningún plano de la experiencia, ni en ninguna expresión
particular. La tendencia a quedarse atascado ha sido liberada.
Éste no es un estado místico, de inmensidad o de ser especial. Es
un estado de naturalidad y comodidad. En el ámbito humano, se
experimenta como una profunda naturalidad y simplicidad.
En otro ámbito, es la sensación innegable de que cualquiera que
haya sido nuestro viaje, hay cierta sensación de finalidad. Como dijo un
viejo maestro zen, es como un trabajo bien hecho. Al final del día,
vuelves a casa. En cierto punto de la propia vida espiritual, es como si
lo abandonáramos todo espontáneamente. Esto resulta difícil de entender
hasta que te ocurre. Abandonas la espiritualidad misma, la búsqueda de
la libertad. Es necesario que nos liberemos de nuestra necesidad de
libertad para iluminarnos de nuestra necesidad de iluminación.
En cierto sentido, la iluminación es morir en lo cotidiano, en
una "cotidianidad" extraordinaria. Empezamos a darnos cuenta de que lo
ordinario es extraordinario. Es casi como entender un secreto oculto:
que en todo momento hemos estado en la tierra prometida, que en todo
momento hemos estado en el reino celestial. Como diría Buda, desde el
principio mismo sólo ha habido nirvana. Pero percibíamos las cosas
erróneamente. Al creer nuestras imágenes mentales, al contraernos debido
al miedo, la vacilación y la duda, habíamos percibido mal dónde nos
encontrábamos. No nos dábamos cuenta de que estamos en el cielo, de que
estamos en la tierra prometida, de que el nirvana está aquí mismo, ahora
mismo, exactamente donde nos hallamos.
Este tipo de visión, esta percepción, no tiene sentido para la
mente convencional. Ésta diría: "Bueno, eso suena maravilloso, pero
todavía hay gente que se muere de hambre; niños que pasan hambre. Hay
abuso, violencia, odio, ignorancia y avaricia". Ciertamente, existe la
experiencia de todas esas cosas; eso es innegable. Pero, al mismo
tiempo, vemos que toda esa división es producto del sueño de las mentes
humanas. Esto no significa que lo descartemos ni que lo evitemos; al
contrario. Lo que vemos es la perfección subyacente en la vida. A partir
de este trabajo básico de ver, experimentar y conocer literalmente la
perfección subyacente de la vida, nos mueve una fuerza completamente
diferente. Ya no somos atraídos o empujados; ya no sentimos que
necesitamos conseguir, o que tenemos que ser conocidos, reconocidos,
confirmados, amados u odiados, ni que gustar o no gustar. Éstos son
estados de conciencia dentro de la mente que sueña. Cuando hemos
reconciliado todos estos opuestos, cuando han sido armonizados dentro de
nuestro sistema, hay algo más que nos mueve en la vida. Es algo
extraordinariamente simple. Esa fuerza, esa energía que nos mueve, es al
mismo tiempo la sustancia misma de nuestro ser, nuestro propio yo.
Esta energía no está dividida. Siempre es completamente
trascendente y siempre está aquí por completo, ahora, en este momento.
Nunca hace falta un momento diferente, mejor. Cuando vemos este momento
como realmente es, lo percibimos como algo extraordinario. No
necesitamos convertirlo en ninguna otra cosa, porque ya es
extraordinario tal como es. Cuando comprendemos esto, hemos sanado la
división ilusoria dentro de nosotros, y hemos empezado a sanarla dentro
de la gran conciencia de la humanidad.
Nuestra mayor contribución a la humanidad es nuestro despertar.
Es abandonar literalmente el estado de conciencia en el que se halla la
masa de la humanidad y descubrir la verdad de nuestro ser, que es la
verdad de todos los seres. Cuando lo hacemos volvemos como un regalo,
como un recién nacido. En cierto sentido, hemos vuelto a nacer.
La tradición cristiana nos ofrece la historia de la
transfiguración de Cristo: es literalmente una transformación, un nuevo
nacimiento, que tuvo un impacto y una influencia increíbles. A veces, al
intentar ayudar exteriormente olvidamos que la mayor ayuda que podemos
ofrecer es nuestro propio despertar. Esto no significa que dejemos de
hacer lo que podamos en el exterior: prestar ayuda, alimentar a los
hambrientos, cuidar de los pobres y de los enfermos. Esto no significa
que nada de lo anterior tenga que ser evitado ni que no sea útil. Sin
embargo, tenemos que darnos cuenta de que nuestra mayor contribución es
curar las divisiones ilusorias dentro de nosotros. Ése es el gran regalo
que podemos ofrecer a la humanidad; eso es lo que va a hacerla cambiar.
La humanidad no va a cambiar porque diseñemos otro sistema de gobierno,
por algo que se le imponga desde fuera, ni por las ideas nobles o los
grandes sistemas. La verdadera transformación siempre viene de dentro.
Viene del despertar.
Llegamos a ver que el mundo externo no es sino una
expresión de lo interno. Lo que se manifiesta no es sino una expresión
de lo no manifestado.
Si, como cultura, corno especie, continuamos viviendo en un
estado de conciencia dividido, por más que cambiemos externamente
continuaremos manifestando división. No obstante, cada uno de nosotros
que entra en el estado natural, simple y no dividido realiza una
contribución a todos los seres, sin intentarlo, sin atribuirse ningún
mérito, incluso sin saberlo. Cuando tu conciencia deja de estar
dividida, te conviertes en parte de la manifestación de la unidad.
Llegas a saber que la iluminación es extraordinariamente maravillosa y
profunda, pero también muy simple.
La gran definición de la iluminación es simplemente el estado natural de ser.
De modo que el estado de conciencia en el que se encuentra la
mayoría de la humanidad no es natural. Está alterado. No hace falta que
busquemos estados alterados de conciencia; la humanidad ya se halla en
un estado alterado de conciencia. Se lo llama separación. La separación es el estado de conciencia alterada definitivo.
A diferencia de lo que suele creer la gente, la iluminación no
tiene nada que ver con los estados alterados de conciencia. La
iluminación es un estado de conciencia no alterada. Es pura conciencia
tal como realmente es, antes de convertirse en algo, antes de sufrir
alteración alguna.
El reino del cielo es el estado natural de ser. El nirvana no es
un objetivo al que nos aferremos; no es algo que intentemos conseguir o
que tratemos de imponernos a nosotros mismos. Sólo lo descubrimos cuando
llegamos a plasmar nuestra manera de ser totalmente natural y
espontánea.
Únicamente podemos experimentarlo al darnos cuenta de
quiénes somos y de qué somos cuando simplemente somos conscientes.
Ésta es la promesa del despertar. No es únicamente una promesa
personal para uno mismo, sino una promesa para la conciencia misma, y
por lo tanto para todos los seres.
(Extracto del libro: El final de tu mundo)
Fuente: LecturasAdvaita
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