El deseo del individuo se enfrenta a las imposiciones y limitaciones de la sociedad, la libertad creativa vive en tensión con los impedimentos de un sistema que no la necesita. ¿Cómo resolver estas contradicciones? ¿Existe un punto en donde eso que creemos nuestra vocación verdadera se ajuste a las obligaciones del mundo?
CONTRAPUNTO. En el camino
Pareciera que cada vez es más difícil
que cada quien haga lo que tiene que hacer en esta vida. Ya sea por el
estado avanzado del sistema capitalista, que desdeña cualquier cosa que
no deje verdadera ganancia económica; ya sea por el aumento en la
población, que implica menos trabajos disponibles para la cantidad de
gente que los quiere o los necesita; ya sea por el malestar en la
cultura, cada vez más deslavada, diluida para acaparar al mayor público
posible en detrimento de la calidad.
“Toda vida es creadora de muchas maneras”, escribe Gabriel Zaid,
“y lo mejor sería que, sobre la marcha, supiéramos convertir nuestra
opresión en libertad, nuestra vida cotidiana en milagro”. Aquí hay un
punto clave y lamentable: la educación tradicional tiene por objeto
homogeneizar a la humanidad para que funcione como engranaje dentro de
un sistema. “Para mejor acomodarnos a la sociedad que instituimos, hemos
renunciado a nuestra inmensa originalidad individual, tal vez la
característica más sobresaliente de nuestra especie. Biológicamente, no
somos arañas, ni abejas, ni hormigas; sin embargo, al igual que dichos
insectos, nos hemos arracimado, estereotipado, especializado. Para
dilapidar así una enorme riqueza natural”.
Roberto Rossellini: Un espíritu libre no debe aprender como esclavo.
Y continúa: “Los sistemas educativos aplicados hasta nuestros días (…)
han expresado la tendencia dominante a condicionar, esto es, limitar la
capacidad potencial de cada individuo”. De una forma u otra, a lo largo
de la historia la victoria de los pocos sobre la mayoría ha sido
contundente. Masas de gente funcionan como autómatas sin siquiera
cuestionárselo porque así han sido condicionados desde la cuna. Para que
cambie la estructura educativa hace falta voluntad de quienes llevan
las riendas de la sociedad o un levantamiento generalizado de la base.
Hoy ambas opciones me parecen muy lejanas.
Hablamos entonces de otra minoría, la
que es consciente de su potencial único y sabe que debe seguir un camino
que no se parece a ningún otro. Si es porque fue capaz de romper las
cadenas impuestas o, por el contrario, nunca las tuvo, carece de
importancia. El hecho es que sabe hacia donde va el camino, su camino.
Una vez ahí, la lucha ante la adversidad es constante. Los obstáculos se
multiplican, y es en ese sendero en el que no se deben hacer concesiones, aún más cuando se trata de una actividad creativa, un campo en el que la regla es el rechazo. Son necesarias muchas puertas cerradas antes de que una se abra.
Bill Waterson, el creador de la tira cómica Calvin & Hobes, dice: “Durante años no recibí nada más que cartas de rechazo, y me vi forzado a aceptar a real job. A real job
es un trabajo que odias. (…) Es un rudo choque darte cuenta cuán vacía y
robótica puede ser la vida cuando el trabajo no te importa, y la única
razón que estás ahí es para pagar las cuentas. (…) Soportar cinco años
de rechazo requiere una fe en uno mismo que raya en delirio, o amar lo
que haces”. Hay una lucha de contrarios que no es fácil vencer, y que no
tiene una meta concreta. El enfrentamiento entre lo que tienes que
hacer y lo que la vida en sociedad te pide que hagas es cíclico, va y
viene entre victorias y derrotas, porque nunca se llega a ninguna parte:
la naturaleza del ser humano es andar por un camino que solo desemboca
en la muerte.
También hay quienes piensan que la responsabilidad no es con uno mismo, sino con la raza humana. Es la opinión de Werner Herzog y de Andrei Tarkovsky, por ejemplo, dos de los grandes cineastas de nuestro tiempo. “Si el artista consigue
crear algo, en mi opinión es sólo porque con ello satisface una
necesidad ya existente de los hombres, aun cuando no sea consciente de
ello. Y por eso siempre gana el espectador, mientras que el artista
siempre pierde: abandona algo”. Quien no está dispuesto a hacer
concesiones invariablemente abandona algo, sacrifica cosas que pudieran
hacer la vida un poco más fácil. El dinero y la comodidad son
sacrificios evidentes, pero no son los únicos. Hay relaciones afectivas
que se pueden ver afectadas, o la relación del individuo con la
sociedad. Cuando eso sucede, en la cresta de la adversidad, la pena y el
dolor pueden ser tan grandes que obligan a cuestionar el camino una vez
más. Es probable que esto se repita, y pueden pasar dos cosas: tirar la
toalla o reforzar el paso. Los golpes forjan carácter y educan.
“El sostén último de las obras
objetivamente valiosas está en el sacrificio personal: en creer en lo
que se cree, a pesar de las opiniones de los otros, a pesar de las
consecuencias deprimentes que eso tiene en la práctica, a pesar de la
familia, los mecenas, el mercado y el Estado. No es un buen augurio para
la cultura que el sacrificio personal empiece a parecer inaceptable y
hasta ridículo”, cierra Zaid. Aunque el nivel tan avanzado del sistema
capitalista tiene parte de la culpa, también es cierto que la unión
entre vocación y éxito sucede a menudo como resultado de mucho tiempo,
mucho trabajo y una buena dosis de desesperación en el camino.
Fuente: PijamaSurf
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