La piedra filosofal para la transformación mental es una mezcla del querer es poder, es decir, de la voluntad, la intención o la fuerza de la mente y de la impresionante plasticidad del cerebro. Al igual que el entrenamiento físico fortalece los músculos, el entrenamiento mental modifica los circuitos del cerebro en la dirección que deseamos.
Para los budistas el entrenamiento mental por excelencia, la herramienta para cambiar el cerebro y la realidad, es la meditación.
La meditación
permite cultivar cualidades nuevas que poco a poco se van incorporando de forma
natural a la vida cotidiana. En un principio hay que tener la voluntad para
dirigir la mente hacia el lugar que deseamos y de este modo se comienzan a
formar nuevas conexiones cerebrales que son primero caminos y con el tiempo se
convierten en autopistas cerebrales.
Numerosos
experimentos han demostrado que la práctica de la meditación altera la
geografía neuronal, las formas más básicas de entrenamiento mental producen
efectos positivos. Se puede considerar como si se educara a un niño jugando,
pero en este caso el niño es nuestro propio cerebro.
Schwartz,
budista y practicante de la meditación, quiso comprobar el potencial
terapéutico de ésta. Siguiendo la idea de lo que se conoce como meditación
consciente, es decir, observar lo que ocurre en el interior sin juzgar, enseñó
a sus pacientes a separarse de su enfermedad; a observar los síntomas con la
parte más lúcida de ellos mismos reconociendo que sólo eran manifestaciones de
su trastorno.
Una semana de
entrenamiento fue suficiente para que los pacientes afirmaran que sentían que
la enfermedad había dejado de controlarlos. Pero lo más extraordinario y
sorprendente para los científicos fue que las pruebas de imagen cerebral
demostraban que sus redes neuronales habían cambiado. La simple educación
mental había reducido la actividad en los circuitos cerebrales que causan la
enfermedad.
Los recuerdos
de amor, de apoyo, activan circuitos mentales relacionados con la sensación de
seguridad emocional, de solidez y de autoestima. Con el “querer” se puede
incluso doblegar la genética, burlar el supuesto determinismo del ADN.
El cerebro
almacena en su memoria ciertas rutas de acceso hacia la sanación y transmite
señales que estimulan a la farmacia interna a generar elementos químicos
naturalmente curativos.
En el
Instituto Karolinska de Estocolmo, donde la actividad cerebral de los sujetos
era registrada mediante tomografía por emisión de positrones (PET), se observó
que tanto los pacientes que recibían analgésicos reales como aquellos a quienes
se suministraban placebos, registraban un notable alivio del dolor y un
importante aumento de la actividad cerebral en la zona conocida como córtex
cingulado anterior. Y también funciona en enfermedades más graves.
En 2001, un
artículo de la revista Science recogía las conclusiones de científicos
canadienses, que comprobaron cómo los placebos llegaban a elevar la liberación
de dopamina tanto como los fármacos químicamente activos en el tratamiento del
Parkinson. Hablando de esta patología, recordemos que investigadores de la
Universidad de Turín inyectaron una primera vez un producto específico contra
la enfermedad a varios pacientes, pero en las siguientes ocasiones el preparado
fue sustituido por agua salina. Los enfermos no sólo declararon encontrarse
mucho mejor, sino que hasta la rigidez propia del Parkinson disminuyó.
En
otro estudio sobre este mismo mal emprendido en la universidad norteamericana
de Denver, los médicos simularon realizar un trasplante de neuronas a los
afectados, y la mejoría real de estos se prolongó durante más de un año.
Cuando se
administra un placebo, la producción de endorfinas, inmunopéptidos, numerosas
moléculas de la llamada «cascada del stress», y los niveles de nuestras
defensas, como los neutrófilos y linfocitos, se alteran significativamente.
Una
vez más, algo totalmente inmaterial como la sugestión –en suma, un pensamiento–
provoca efectos físicos reales y tangibles.
Cada día más
científicos están considerando que es en la mente donde se generan gran parte
de las enfermedades. La relación entre el componente psicosomático de las
enfermedades y el tipo de vida que llevemos se encuentran inevitablemente
relacionados con la aceptación de las condiciones de vida y la medida de
felicidad.
En el momento que aprendamos a controlar nuestros estados de ánimo,
favoreciendo el buen humor y los pensamientos positivos ante las innumerables
situaciones adversas que nos plantea la vida, empezaremos a cambiar nuestra
salud.
Nuestras
ideas, percepciones, creencias, sean o no acertadas, tengan o carezcan de base
fáctica o racional, tienen un efecto directo e inmediato sobre nuestro
organismo. La mente tiene poder de en la curación de dolencias y enfermedades
sin auxilio de agentes exteriores como los fármacos.
Fuente: PlasticidadNeuronal
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