El comportamiento del moho de fango o moho mucilanigoso podría redefinir lo que consideramos cómo inteligencia y el soporte físico que necesita para desarrollarse
Difícilmente se consideraría al moho del
fango como un ser inteligente, arrastrándose gelatinosamente por los
árboles y el musgo en un proceso que uno pensaría tiene mucho de
automático.
Una especie de estas amibas
unicelulares, clasificadas dentro del grupo de los protistas (una clase
“de todo lo que realmente no entendemos”), la Physarum polycephalum
amarilla puede resolver laberintos, mimetizar los planos de una red de
transporte hecha por el hombre y seleccionar la comida más sana de un
diverso menú –todo esto sin tener un cerebro o un sistema nervioso. “Los
mohos del fango están redefiniendo lo que necesitas para calificar como
inteligente”, dice Chris Reid de la Universidad de Sydney.
Aunque P. polycephalum actúa
frecuentemente como una colonia cooperativa de individuos, de hecho pasa
la mayor parte de su vida como una única célula que contiene millones
de núcleos, pequeños paquetes de ADN, proteínas y enzimas. Este célula
única es una maestra metamórfica. Durante su vida este moho cambia de
apariencia dependiendo de dónde y cómo esté creciendo: en el bosque se
engorda en gigantescos globos amarillos o permanece discreta como una
mancha de mostaza a un lado de una hoja; en un laboratorio se esparce
como un coral –o una red neural.
En el laboratorio se ha descubierto que
el moho logra retraer sus “ramas” de corredores sin salida, creciendo
solamente a lo largo del camino más corto entre dos piezas de comida.
Reid y sus colegas descubrieron
recientemente que este moho navega su ambiente de manera más sofisticada
de lo que se creía. Al moverse deja una baba translúcida que a su vez
evita las áreas obstaculizantes a las que ya ha viajado. Esta baba
extracelular es una forma de memoria externalizada que recuerda al moho
explorar un lugar nuevo.
Pero la capacidad de desdoblarse por el
espacio de esta singular especie, que evolucionó hace por lo menos 600
millones de años, cuando no existían sistemas nerviosos, lo lleva
incluso a recrear en miniatura la red de carreteras de Canadá, España,
el Reino Unido y lo red ferroviaria de Tokio en miniatura. Cuando los
investigadores colocaron pedazos de comida en las mismas posiciones que
grandes ciudades, al principio los mohos de fango abracaron todo el mapa
comestible. Días después se habían adelgazado dejando ramas
interconectadas de babosa que unía los pedazos de comida casi
exactamente de la misma forma que los caminos hechos por el hombre.
Otros experimentos muestran que esta
especie también tiene una memoria temporal y que es capaz de seleccionar
el alimento más nutritivo dentro de un menú nuevo y cambiante.
El modelo de inteligencia de este moho
parece redefinir lo que es la inteligencia y la memoria: quizás estas no
necesariamente se ubiquen en el cerebro, sino que existan integralmente
en un sistema, en el cuerpo gelatinoso del moho que se divide y expande
o en el mismo espacio en el que se mueve–una memoria inherente en la
naturaleza que sintoniza.
Fuente: Pijamasurf