"El miedo a saber es en el fondo un miedo a hacer, todo conocimiento entraña una responsabilidad"
Abraham Maslow
"Desde nuestro punto de vista, el mayor descubrimiento de Freud es que
la causa más importante de muchas enfermedades psíquicas consiste en el
temor al propio conocimiento-el conocimiento de las propias emociones,
impulsos, recuerdos, capacidades, potencialidades y del propio destino-.
Hemos descubierto que el miedo al propio conocimiento es a menudo
isomórfico y paralelo al mundo exterior. Es decir, los problemas
internos y los problemas externos tienden a ser profundamente parecidos y
a encontrarse en mutua relación. Por eso hablemos sencillamente al
miedo al conocimiento en general, sin distinguir con demasiada precisión
entre temor del conocimiento interior y temor del conocimiento
exterior.
En general esta clase de temor es defensivo, en el sentido
de que constituye una protección de nuestra propia estimación, de
nuestro amor y respeto por nosotros mismos. Tendemos a asustarnos de
cualquier conocimiento que pueda hacernos sentir desprecio por nosotros
mismos, sentirnos inferiores, débiles, inútiles, malvados, sin
escrúpulos. Nos protegernos a nosotros mismos y a la imagen ideal que de
nosotros hemos forjado, mediante la represión y defensas similares, que
son esencialmente técnicas que nos permiten evitar adquirir conciencia
de verdades desagradables y peligrosas.
En psicoterapia, a las maniobras
mediante las que seguimos evitando esta conciencia de la verdad penosa,
a los modos con que nos oponemos a los esfuerzos del terapeuta por
ayudarnos a conocer la verdad, los denominamos “resistencia”. Todas las
técnicas del terapeuta son, de un u otro modo, reveladoras de la verdad o
maneras de infundir fortaleza al paciente para que pueda soportar la
verdad. (“Ser honesto consigo mismo es el mayor esfuerzo que un humano
puede realizar” S.Freud)
Hay, sin embargo, otro tipo de verdad de la que tendemos a
evadirnos. No sólo nos aferramos a nuestras psicopatologías sino también
tendemos a rehuir del desarrollo personal. De esta manera nos
encontramos con otro tipo de resistencia, una negación de nuestro
aspecto más activo, de nuestras cualidades, de nuestros mejores
impulsos, de nuestras potencialidades más elevadas, de nuestra
creatividad. En resumen, se trata de una batalla contra nuestra propia
grandeza, del temor a la arrogancia.
Llegados a este punto, tenemos que recordar que nuestro mito
de Adán y Eva, con su peligroso Árbol de la Ciencia que no debe ser
tocado, tiene paralelo en otras muchas culturas que sienten también que
el conocimiento último es algo que reservado a los dioses. La mayor
parte de las religiones han mantenido tendencias anti-intelectualistas
(junto con otras muchas tendencias) algunas muestras de
preferencias por la fe, la creencia o la piedad antes que por el
conocimiento, o el sentimiento de que algunas formas de conocimiento
resultaban demasiado peligrosas de intentar y, por lo tanto, era mejor
prohibirlas o reservarlas para una minoría privilegiada. En casi todas
las culturas, estos revolucionarios que desafiaron a los dioses
intentando descubrir sus secretos, fueron castigados duramente, desde
Adán y Eva a Prometeo y Edipo, y han sido recordados como ejemplo para
los demás, a fin de que no intente emular la divinidad.
Y, si se me permite decirlo de manera muy condensada, es precisamente la imagen de la divinidad en nosotros mismos aquello hacia lo que nos sentimos ambivalentes, por lo que nos sentimos motivados y contra lo que estamos a la defensiva. Éste es un aspecto del conflicto básico humano, que somos a la vez gusanos y dioses. Todos nuestros grandes creadores, nuestras personas deiformes, han testimoniado respecto al valor que se necesita en el momento solitario de la creación, al afirmar algo nuevo (contrario a lo anterior). Es un tipo especial de osadía, de destacarse sólo al frente, de reto, de desafío. Es muy comprensible el momento de temor, pero debe ser superado a pesar de todo, para que pueda existir la creación. Así pues, el descubrimiento de un gran talento en uno mismo puede, ciertamente, ser motivo de alegría, pero también puede serlo de miedo respecto a los peligros, responsabilidades y deberes de todo líder y de quien está solo. La responsabilidad puede ser considerada como una carga penosa y evadírsela hasta donde sea posible.
Y, si se me permite decirlo de manera muy condensada, es precisamente la imagen de la divinidad en nosotros mismos aquello hacia lo que nos sentimos ambivalentes, por lo que nos sentimos motivados y contra lo que estamos a la defensiva. Éste es un aspecto del conflicto básico humano, que somos a la vez gusanos y dioses. Todos nuestros grandes creadores, nuestras personas deiformes, han testimoniado respecto al valor que se necesita en el momento solitario de la creación, al afirmar algo nuevo (contrario a lo anterior). Es un tipo especial de osadía, de destacarse sólo al frente, de reto, de desafío. Es muy comprensible el momento de temor, pero debe ser superado a pesar de todo, para que pueda existir la creación. Así pues, el descubrimiento de un gran talento en uno mismo puede, ciertamente, ser motivo de alegría, pero también puede serlo de miedo respecto a los peligros, responsabilidades y deberes de todo líder y de quien está solo. La responsabilidad puede ser considerada como una carga penosa y evadírsela hasta donde sea posible.
Unos pocos ejemplos clínicos clásicos podrán enseñarnos
muchas cosas. En primer lugar, tenemos un fenómeno relativamente
corriente en la terapéutica con mujeres. Muchas mujeres brillantes caen
en el problema de identificar inconscientemente inteligencia y
masculinidad. Indagar, investigar, afirmar, descubrir, son actividades
que ella puede sentir como anuladoras de su feminidad, especialmente si
su esposo o compañero, inseguro en su masculinidad, se siente amenazado
por ellas.
Muchas culturas y muchas religiones han impedido a las
mujeres el conocimiento y el estudio, y yo creo que una de las raíces
dinámicas de esta acción es el deseo de conservarlas “femeninas” ( en un
sentido sadomasoquista ) por ejemplo las mujeres no pueden ser
sacerdotes o rabinos.
El hombre tímido puede tender asimismo a identificar la
curiosidad investigadora como un desafío hacia los otros como si de
algún modo, por ser inteligente y buscar la verdad, tendiera a ser
dogmático, osado y varonil sin capacidad de retroceso, y como si tal
actitud atrajera sobre él la cólera de otros hombres más fuertes y
maduros. De este mismo modo, los niños pueden identificar la curiosidad
investigadora como una invasión de las prerrogativas de sus dioses, los
poderosos adultos. Naturalmente, es aún más fácil encontrar en los
adultos la actitud complementaria. Muchas veces encuentran enojosa la
curiosidad incesante de sus hijos e incluso algunas veces pueden
hallarla peligrosa y amenazadora, especialmente cuando se manifiesta
acerca de temas sexuales. Es aún una excepción el padre que aprueba y
disfruta con la curiosidad de sus hijos. Algo similar puede observarse
en los explotados, los oprimidos, la minoría débil o el esclavo.
Éste
puede temer saber demasiado, explorar libremente. Ello podría atraer
sobre él la cólera de sus señores. En tales grupos es corriente una
actitud defensiva de pseudo-estupidez. En cualquier caso, el explotador o
el tirano, de acuerdo con la dinámica de la situación, no es probable
que aliente la curiosidad, el aprendizaje y el conocimiento en sus
subordinados.
Cuando la gente sabe demasiados, es probable que se
rebele. Tanto el explotado como el explotador se ven forzados a
considerar el conocimiento como algo incompatible con ser un buen
esclavo, diligente y bien adaptado. En tal situación, el conocimiento
resulta peligroso, muy peligroso. Un estado de debilidad, de
subordinación o de muy baja auto-estimación, inhibe la necesidad de
conocer. La mirada directa, fija e inhibitoria, es la técnica principal
que utiliza un mono dominante para establecer su liderazgo. El animal
subordinado aparta su mirada de forma característica.
Esta dinámica puede observase algunas veces,
desgraciadamente, incluso en las clases. El estudiante realmente
brillante, el que pregunta con avidez, el que investiga por su cuenta,
especialmente si es más brillante que su maestro, es tenido por
insolente, amenaza para la disciplina y desafío a la autoridad de sus
profesores. (…)
A un nivel inconsciente, el conocimiento considerado como un intruso,
como un invasor, como una especie de equivalente sexual masculino, puede
ayudarnos a comprender el arcaico complejo de emociones conflictivas
que se apiñan en torno al niño que se asoma a un mundo de secretos, a lo
desconocido; en torno al sentimiento de algunas mujeres, de
contradicción entre femineidad y conocimiento atrevido; entorno al a los
sentimientos del oprimido acerca del conocimiento como prerrogativa de
su dueño; en torno al temor que el hombre religioso siente acerca del
conocimiento como invasor de la jurisdicción de los dioses; todo esto es
peligroso y produce daño. El conocimiento, en cuanto tal, puede ser un
acto de autoafirmación".
Extracto de un capítulo del libro de Abraham Maslow "El hombre autorrealizado"
Fuente: Javierdelaribiera
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