La cualidad “científica” de la información no la exime de errores humanos, y sobre todo, de objetivos políticos al ser presentada bajo un formato que tal vez no miente pero sí omite. ¿Por qué es importante dudar de la información en una era de sobresaturación?
No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.
Albert Einstein

¿Cuántas veces hemos leído titulares 
como “Estudio muestra que las mujeres son más listas/aptas para el 
trabajo/longevas que los hombres”, o algunos más radicales como “La 
evolución pudo habernos puesto alas en lugar de piernas”? En las notas 
que leemos a diario en Internet sin duda una parte del gancho está en 
que páginas puedan ofrecer contenido de calidad
 que además se ofrezca en un formato interesante. El problema es que 
mucho del contenido que aparece en Internet, especialmente tratándose de
 datos apoyados en estudios científicos, en ocasiones presentan 
inconsistencias o crasos errores desde las fuentes. 
Esto depende tanto del ecosistema web de
 información como de la propia metodología utilizada para recabar los 
datos. Para nosotros, como lectores e internautas, se trata solamente de
 datos curiosos, interesantes e incluso relevantes para pensar nuestra 
vida social y nuestro momento histórico; sin embargo, para los creadores
 de los estudios, se trata muchas veces de ejercer presupuesto de sus 
departamentos universitarios, o en el caso de grandes compañías, de 
mantener sus productos en el mercado a través de la influencia en la 
opinión pública que tienen los estudios “científicos.”
¿Qué pasa por ejemplo con las declaraciones del CEO de McDonald’s, Don Thompson, respecto a que su compañía es el mayor comprador de fruta de los Estados Unidos
 sólo porque ofrecen manzanas como parte de su paquete de desayunos? 
Este es un caso típico de descontextualización: efectivamente las 
manzanas son frutas, pero es mucho más prestigioso decir que McDonald’s 
es el mayor “comprador de frutas” (implicando un férreo compromiso con 
la salud de sus consumidores, pues las frutas, como sabemos, son más 
saludables que la comida rápida) que simplemente “el mayor comprador de 
manzanas”, lo cual recordaría más bien a la bruja malvada de Blanca 
Nieves.
Descontextualizar no es la única 
herramienta para legitimar un resultado obtenido mediante una 
metodología poco cuidadosa. Los estudios científicos también dan forma 
al panorama político y sirven para aprobar o desaprobar leyes; cuando 
estas leyes dependen de cierto consenso de la opinión pública, esta 
trampa es mucho más patente. Tomemos por caso la reciente votación de la
 propuesta 37 en California, la cual iba a promulgar una ley para que 
los productos genéticamente modificados (GMO) tuvieran una etiqueta 
distinta y el público pudiera elegir si comprarlos o no.
Por entonces apareció un estudio que
 afirmaba que si los GMO se etiquetaban de diferente modo los precios de
 la comida subirían; el nivel inicial de aceptación de la propuesta bajó
 radicalmente a partir de dicho estudio, y posteriormente la propuesta 
37 fue descartada. ¿En qué consistía el estudio? En él se asumía que los
 consumidores estadunidenses tienen los mismos hábitos de compra que los
 consumidores europeos; en Europa, cuando los GMO por ley tuvieron que 
ser etiquetados y diferenciados de los productos orgánicos, muchos 
productores quitaron los productos genéticamente modificados no sólo de 
la fórmula sino también de sus productos.
Los GMO más utilizados son la soya y el 
maíz, presentes en casi cualquier tipo de comida procesada, por lo que 
efectivamente al utilizar productos orgánicos los precios de la comida 
procesada subieron. Sin embargo, el estudio deja fuera un elemento 
clave: que el público estadunidense no tiene los mismos hábitos de 
compra que el europeo; mientras en Europa la gente está dispuesta a 
pagar más dinero por comida orgánica, en Estados Unidos esta aún es un 
lujo que no todos están dispuestos a costear. De este modo, y gracias a 
un manejo poco preciso pero interesado de la información, la propuesta 
37 no fue aprobada en California en 2012.
Los estudios “científicos” son 
comisionados muchas veces por compañías que desean proteger sus 
intereses. Cuando los apicultores europeos comenzaron a quejarse de la 
alta mortandad de las abejas a causa del pesticida Imidacloprid 
fabricado por el laboratorio Bayer, el laboratorio farmacéutico tuvo que
 demostrar que su producto no afectaba a las abejas. En 1993, Bayer 
situó el límite de detección de esta sustancia en 10 partes por billón 
(ppb) al analizar nectar y polen en cultivos tratados con Imidacloprid; 
mediante este análisis, la sustancia fue indetectable y la compañía 
quedó bien librada. Pero unos años después, en 1999, otro estudio 
analizó girasoles en la misma zona que contenían entre 1.9 ppb y 3.3 ppb
 del pesticida –cantidades mucho menores que las 10.0 ppb que Bayer 
buscó. Y no sólo eso, sino que otro estudio en 2001 encontró que la 
cantidad necesaria para matar una abeja con Imidacloprid es la 
exposición a 0.1 ppb. Durante 1993 y 2001 Bayer siguió comercializando 
el pesticida.
La estadística sirve para abstraer y 
presentar de manera útil grandes cantidades de información. Viviendo en 
una era sobresaturada de información es sencillo tomar a la ligera las 
conclusiones de cualquier estudio que leemos en Internet y darlos por 
ciertos; sin embargo, en cada caso es necesario pensar como detectives: 
¿quién se beneficia de tal o cuál dato? ¿A quién afecta? ¿Quién ganará 
dinero y quién perderá dinero gracias a la diseminación de este dato?
La información per se no es más
 que una formulación de la realidad. Nos convertimos en consumidores de 
información en el momento en que dejamos de buscar las fuentes, de 
cuestionar las metodologías, de prever las implicaciones económicas y 
sociales que la información produce en nuestra forma de vida. Cualquier 
conclusión puede validarse y posicionarse –a la manera de una marca– en 
el imaginario del público; la única manera de ser sujetos en una era de consumidores es cuestionar la naturaleza de la información que recibimos todos los días.
Fuente: PijamaSurf 
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