A diferencia de los estimulantes o los depresores, que actúan sobre el cuerpo
acelerándolo o ralentizándolo, las plantas psiquedélicas son las llaves mágicas que
nos ponen en contacto con el mundo del espíritu. En términos de psicología, lo que
ofrecen estas plantas es la posibilidad de acceder al mundo del inconsciente; desde un
punto de vista antropológico estos vegetales nos abren una puerta para experimentar lo
sagrado y maravilloso que hay en la Creación.
La primera referencia que encontramos del
uso de las plantas psiquedélicas aparece en la Biblia, concretamente en el Génesis.
Adán y Eva, la pareja original, viven en el Jardín del Edén como dos perfectas monas:
vistiendo desnudos no se avergüenzan de sí mismos y, sin otra ocupación que el vivir en
armonía con la Creación, la inocencia es la moneda de cambio entre ellos y la
Naturaleza. Sólo un problema les acecha: dios les ha prohibido comer el Fruto del
Árbol del Conocimiento. La solución al enigma se salda con la aparición de la
serpiente, un personaje misterioso que les invita a probar el fruto del Árbol,
asegurándoles que ganarán la conciencia de los dioses y sabrán acerca del Bien y del
Mal. La curiosidad puede más que los tabúes y a partir de ese momento, con la
ingestión del fruto prohibido, los simios abandonan el paraíso terrenal para ingresar en
el mundo de los seres humanos, el reino de la autoconsciencia y del pensamiento dual que
ha caracterizado la escena desde aquel entonces.
Aunque hay quien ha querido identificar el fruto de éste árbol con una manzana roja, en
una iglesia románica francesa hay un fresco que representa a Eva junto a un árbol que es
una gran Amanita muscaria —un hongo enteógeno— que tiene a la vez una
serpiente enroscada en su pie. Según esta visión, el nacimiento de la humanidad y el uso
de las plantas psiquedélicas serían una simbiosis: irían cogidos de la mano.
La interpretación del mito queda a disposición de la imaginación de los lectores, pero
lo cierto es que existen evidencias arqueológicas que permiten remontar la relación de
estas plantas con los seres humanos hasta que se pierde en la Noche de los Tiempos.
Enteógenos y Antropólogos
Los antropólogos, como aquel que pretende redescubrir sus orígenes, fueron a visitar
culturas arcaicas que vivían escondidas de la civilización occidental. Allí encontraron
a los chamanes, personajes que aún conservaban el empleo de estas plantas mágicas y que
sabían cómo manejarse en los reinos de la mente. Al preguntarles por el uso que les
daban, éstos les hablaron del encuentro con sus dioses, o sobre la realización de
celebraciones comunitarias para dar ligazón a los miembros del poblado; otros decían
poder divisar el futuro y así prever las posibles inconveniencias, o incluso aseguraban
realizar curaciones mágicas de enfermedades que no hallan remedio en los métodos
habituales.
Para sorpresa de todos resultó que lo desvelado por este tipo de experiencias estaba en
la base de los sistemas culturales de estos pueblos: sin ellas no se entendía nada de lo
que hacían o pensaban.
Los antropólogos quedaron tan impresionados por la importancia de estos vegetales que
decidieron buscar un nombre para bautizarlos. Como todas las historias que les contaron
los chamanes tenían que ver con lo que aquí llamábamos religión, decidieron darles un
nombre que tuviese algo de divino; tras mucho discurrir echaron mano de un neologismo del
griego clásico, enteógenos, que viene a querer decir "convocar la
experiencia sagrada en nuestro interior".
Intermezzo: Entre dos Aguas
Si el Génesis se abre con la escena de la pareja original degustando el fruto del Árbol
del Conocimiento, en el relato del Diluvio —en la segunda creación del
mundo— Noé recibe la vid de manos de dios, entrando así el vino en la escena. Este
mito parece indicar la substitución de las plantas enteógenas por los alcoholes, y
aunque en un primer momento esto no parezca tener más trascendencia, puede ser que el
hecho no sea trivial. La influencia de ambas sustancias sobre la conciencia humana es más
bien opuesta: si los enteógenos nos abren las puertas de la percepción a nuevos mundos
el vino nos invita al olvido, iniciando así una contracción de la expansión antes
operada. Los primeros habían hecho permeable la conciencia a la magia del universo,
mientras que los otros han dejado al ser humano huérfano de divinidad: nace la
racionalidad y a la par la desesperación de los existencialistas.
Sea como fuere, la desaparición de los enteógenos se hizo efectiva a lo largo de los
últimos milenios y ahora, para completar el ciclo, nos encontramos con la reaparición de
los psiquedélicos en occidente —tras dos o tres milenios de remojar el cerebro de
los contribuyentes con el espíritu de los alcoholes—.
Psiquedélicos en Occidente
A veces un cúmulo de coincidencias no es ninguna casualidad, y el redescubrimiento de los
psiquedélicos en corazón del siglo XX es uno de estos casos: en un período de veinte
años, y tras un largo tiempo de hibernación, más de cien plantas fueron aflorando a la
luz.
Los estudios antropológicos que hablaban de experiencias místicas no llegaron a
occidente para quedarse empolvados en los estantes de las bibliotecas, y pasaron
rápidamente a las manos del interés público. Si a esto le añadimos la creación de la
LSD ya empezamos a tener la imagen del movimiento hippie de los años sesenta. La
antropología proporcionaba la información, y la síntesis de la LSD suministraba la
sustancia a todos los que estuviesen interesados en aprender de ella.
Aprovechando la capacidad que ofrecen estas experiencias para aprender de uno mismo
prescindiendo de patrones culturales externos, los hippis escenificaron la celebración
del reencuentro de las personas con la Naturaleza, creando un movimiento que se escindía
de una sociedad materialista y con demasiados tabúes obsoletos.
Durante los años sesenta hubo otro colectivo que se interesó por el uso de estas
sustancias. Eran los terapeutas de la mente. Basándose en que la acción de estos
catalizadores de la conciencia era el poner al descubierto los procesos inconscientes de
la mente humana, empezaron a divisar la posibilidad de llevar a cabo una terapia que fuera
más allá de las palabras y de los conceptos, permitiendo a las personas experimentar en
directo los traumas ocultos de determinaban sus problemas cotidianos. La idea partió de
una carta de Aldous Huxley a su hermano: en ella le contaba que se aprendía más sobre
uno mismo en un viaje duro bien integrado que en uno que todo fuera tranquilo.
Cuando los psicólogos buscaron un apodo para designar a estas sustancias mágicas
escogieron uno que se alejara de toda connotación religiosa: psiquedélicos, que
viene a significar "desveladores de la mente", pues muestran a la
conciencia aquello que no sabe de sí misma.
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