Al parecer no creer en que la mente y el cuerpo son parte de una misma cosa tiene efectos negativos en la salud.
Nuestra relación con nuestro cuerpo está
determinada por como nos pensamos. O creemos que nuestro cuerpo es una
masa independiente de nuestra mente, o creemos que la mente y el cuerpo
en realidad son indivisibles, un mismo proceso integral
interdependiente.
Este dualismo filosófico parte de Platón que
consideraba que el cuerpo era una entidad salvaje (como un caballo) que
debía y podía ser controlado por el alma (o psique) que era el jinete de
las pasiones. De esta idea parte tiempo después el racionalismo
cartesiano que tajantemente definió a la mente como la entidad suprema
en este binomio — y así el cuerpo se ve reducido a una posición marginal
y hasta prescindible. Y toda la filosofía del cuerpo, todo su cuerpo de
conocimiento (la intuición, el instinto, las emociones) son opcadas por
la luz de la razón, el arma preponderante del cerebro.
Los investigadores creen que las
personas que tienen estas creencias dualistas le dan menos importancia a
su cuerpo y tienen una mayor tendencia a incurrir en comportamiento
poco saludable –el cuerpo es visto en última instancia como un vehículo
desechable que solamente ayuda a la mente a interactuar con el mundo
físico. Hay posiblemente una especie de divorcio, en realidad una
esquizofrenia, entre ser el que piensa y el que siente. Y por lo tanto
no se toman decisiones o no se resuelven operaciones “mentales” con los
sentimientos.
Los investigadores creen que la
evidencia apunta a una relación bidireccional en la que las creencias
metafísicas de unidad entre cuerpo-mente, en cambio, pueden servir como
una herramienta cognitiva para lidiar con ciertas enfermedades.
En un artículo pasado
analizamos cómo este dualismo entre mente y cuerpo es responsable de
una medicina atomista que trata las enfermedades como fenómenos locales,
separados y que pueden ser tratados independientemente sin considerar
ni afectar el organismo entero. Esto resulta también en la excesiva
medicación de poderosos fármacos que son recetados para tratar un
problema en particular y que acaban teniendo efectos colaterales en
otras partes del organismos, sin acabar con el problema de fondo que
buscaban tratar, el cual generalmente se trata de un fenómeno
mente-cuerpo, donde la manifestación física es indisociable de un
proceso psíquico inatendido.
No quisieramos decir soberbiamente que
la unidad del cuerpo-mente es una verdad absoluta o una forma de
concepción del mundo superior. Simplemente parece ser que es una forma
de ver el mundo que, desde la psicología y la medicina (ciencias cuya
integración sería un siguiente paso lógico en la evolución
epistemológica), es más efectiva ya que provee una herramienta más
poderosa para relacionarse con el mundo y operar cambios sobre el mismo
(porque al no estar dividada la mente del cuerpo, la mente puede
naturalemente actuar sobre el cuerpo) . Generalmente se critica a las
personas que piensan con otra cosa que con el cerebro –con el pene, con
el corazón, con las tripas, etc.– pero, ¿acaso usar solamente una
pequeña parte del cuerpo para procesar información, tomar decisiones y
ejercer una volición no sería mucho menos inteligente que usar toda una
serie de órganos y aparatos de percepción.
Ciertamente la razón, y es la misma neurociencia la que lo dice,
es una perspectiva limitada e incompleta para entender el mundo y
experimentar el misterio de la vida. La hiperestesia, la claridad
perceptiva, que a veces llega incluso a destellar en anomalías como la
clarividencia o la telepatía, seguramente es una percepción integral,
que se hace con todo el cuerpo y no con un reducto. Y es que el cerebro
difícilmente puede contener a la inmensidad de la mente.
Fuente: PijamaSurf
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