Sin duda en un futuro próximo, votar no solamente será obligatorio para los ciudadanos agraciados con la posibilidad de ejercer tal derecho, sino que además se habrá de pagar por ello. Pay-for vote; ni siquiera nos sonará discordante el concepto llegado el momento. Con todo, se tendrá la percepción de que es una muy rentable inversión; ya se encargarán de ello. Eso es lo que se hace con todos los demás aspectos de la identidad personal; pagar por su ilusorio disfrute.
En efecto, somos los consumidores de
quienes creemos ser, así que de tal modo, es el Estado-Sistema quien nos
arrienda una lustrosa forma personal para pasearnos por esta vida
diseñada como pasarela, ahora expresada mediante la cultura del casting.
¿Que rayos, sino, es votar en un sistema democrático? No otra cosa que
una inversión en un producto que actúa como filtro mental.
La verdad libera a quienes la anhelan,
pero los sume en una enorme impotencia; es por tanto preciso, no cejar, y
evitar extraer conclusiones, pues no las hay.
Poco se puede hacer, salvo comprender la
resistencia a comprender, y preservarla en su precariedad, como una
lucecita en medio de esa oscuridad, que la masa, de común acuerdo, y por
tener noción de una enormidad que perder, decide llamar luz, pues en su
altar abrasan, hasta la ceguera, su mirada.
Liberarse no sirve para nada, salvo para
conocer la verdadera dimensión en que opera la esclavitud del
autoengaño, y comprender cual es la fuente inductora del mismo.
Simplemente es un viaje de la conciencia allende los muros, de aquello,
que hemos venido a asimilar como realidad. Así llamamos a aquello, cuya
irrefutable cualidad, si bien creemos proviene de una directa percepción
propia, en verdad obedece a un diseño establecido en base a
convenciones, de las que emanan miríadas de conceptos vacíos de
contenido real, trenzados tal que la malla del gallinero dentro del cual
nuestras mentes se hallan prisioneras. Por lo demás, el sentido supremo
de la vida, no puede ser enunciado, pues encuentra su propia naturaleza
en el momento en que la paradoja entre el ser y el no ser, queda
resuelta ante el entendimiento. Entonces, lo importante es indistinto de
lo carente de importancia, absoluta e infinitamente.
Quienes dominan el mundo, tienen ese
conocimiento, y son por ello capaces de situarse en un plano por encima
del bien y del mal. Desde él, tejen esta maraña de acontecimientos en
que hacen que nos desenvolvamos, y que invariablemente llevan implícito
el cuño de la más obscena impunidad. El grado perversión alcanzada,
permite que la comisión reiterada y metódica de crímenes contra la
humanidad, sea una simple herramienta en manos de modeladores de masas
sociales, que a través de la conformación de consensos, impide la
percepción de la brutalidad para ello empleada, pues su magnitud es tal,
que nadie considerado en su sano juicio podría jamás darle crédito.
Ellos crean el vacío preciso, el
adecuado a aquello con que lo pretenden llenar, y triunfan, pues
consentimos en dejarles traspasar el umbral de la identidad. Rendidos a
sus falsos halagos, llenamos con ego el espacio usurpado, y adquirimos
la certeza de necesitarles, tanto como un yonki a su camello, pues
brindan una identidad con la que pasearse por un mundo expresamente
diseñado para darle cabida. Sin esa identidad adquirida, careceríamos de
motivo para seguir existiendo, o lo haríamos en un mundo sin ninguna
garantía de ningún tipo.
Quien necesite garantías, no puede
entender la libertad, y quien no puede entender la libertad, no puede
entenderse ni a sí mismo, ni a nadie.
No nos debemos engañar; solamente nos
necesitan mientras aceptemos ser cómplices de su delito, y a seguir en
el juego. Saben dominarnos, pero ello solamente lo consiguen mediante
nuestro consentimiento. No somos los primeros esclavos, pero sí los
primeros que ignoramos serlo por completo.
Es la vieja explotación entre humanos, y
la obsesión por la dominación.
Nuevos medios para generar la
quintaesencia de la misma asquerosidad de siempre, pero bajo un manto
político-correcto de peluche. La única alternativa pasa, por dejar de
consumir el yo a cuya habituación hemos sido (y en todo momento seguimos
siendo) inducidos, y dejar que todo caiga, sin miedo, al vacío. ¿Que
puede ser peor, en un mundo que siembra la devastación en nombre de la
democracia, que renunciar a ejercer el derecho de participar de tal
abominación? ¿Acaso ir agotando la vida en cómodos plazos cuatrieniales,
viendo desfilar interminablemente esos maquillados caretos sonrientes,
exhibidos en carteles que invitan, mediante eslóganes pedorretos, a la
adhesión de sus respectivas causas delictivas en nombre de submarcas de
la casa matriz, para llegar, al cabo, a la más atroz de las decepciones
sin haber tenido siquiera la entereza de mandarles al carajo?
La impunidad de los crímenes de Estado,
se vale del mismo miedo al vacío que impide una abstención aplastante: Y
luego ¿qué? “Más vale, malo conocido, que bueno por conocer”. Es en esa
mentalidad de esclavos, donde podemos comprender que nadie nos carga de
cadenas otras que las que deseamos llevar, convencidos de que dan
lustre.
Si imaginamos, que llegado el caso, lo
desconocido es uno mismo, y tanto si es bueno, como si es malo, hay que
protegerse de poder llegar a conocerlo; ¿a qué se debe la implantación
de tal recelo? Quizá nos protege de descubrir algo que pudiera alterar
el juego; tal vez, incluso, de que podamos darnos cuenta que hay vida
más allá del gallinero. En efecto, encontraríamos que también se halla
la muerte, pero con un sentido distinto a aquella que ya existe dentro
de él, donde la del espíritu está de antemano garantizada.
Fuente: IniciativaDebate
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