Se acerca el 2012 y muchas personas apuestan todo a la transformación del planeta y la conciencia: el Apocalipsis existe, pero está dentro de ti.
What we call the beginning is often the end.
And to make an end is to make a beginning.
The end is where we start from.
T.S. Elliot
No es la primera vez que el mundo vive
una fiebre apocalíptica. La historia como un fractal recurrente se
repite en la psique, con sus relativas variaciones. Tampoco, aunque a
veces pareciera, la anticipación del Apocalipsis es solamente el terreno
del fanatismo religioso y de las “masas ignorantes”. Es posible que el
Apocalipsis sea una parte arquetípica de la conciencia humana. A poco
más de dos años de la ominosa fecha cifrada en el solsticio de invierno
del 2012 como un conjuro planetario, pesadilla o tal vez sueño lúcido
colectivo, vemos cada vez más las manifestaciones psicosociales del
milenarismo que rayan en la paranoia, el delirio místico y el wishful thinking
(aunque siempre existe la posibilidad de que entre todo esto haya una
irradiación de clarividencia, de la evolución acelerada como fruto de la
conciencia de que creamos la realidad a través del consenso (o
conspiración de los sentidos).
Ante
la parafernalia —real o ficticia— escatológica, algunas personas
planean irse a vivir a cuevas, búnkeres, bosques, lejos de la corrupta
Babilonia, guareciéndose del gran cataclismo del clima espacial;
establecer nuevos sistemas de intercambio (esto hay que celebrarlo) y
sinergia con la naturaleza. Otros aguardan la llegada del Nuevo Orden
Mundial, el tatuaje cibersatánico del ganado humano, la computarización
del alma humana: la destrucción del mundo (la alimentación de la
divinidad de Lucifer como su fulminación) a través del simulacro o del
hoax hiperrealizado. No son los menos los que ven ya una intervención de
hermanos de las estrellas —pleyadianos, arturianos, sirianos, etc.—,
oscilando entre dimensiones, aparcados entre los mundos, con sus naves
de conciencia, extendiendo su mano entre la bóveda azul como un guardián
del futuro (los otros nosotros, en la noósfera galáctica) y anticipan
su heraldo blanco para elevarnos a una esfera plusdimensional, la
fraternidad galáctica de la luz o su versión teosofista previa, la gran
fraternidad blanca, boddhisatvas en Shambhala, con sus rayos violetas,
humanos iluminados, conectados con el centro de la galaxia y sus rayos
cósmicos. La historia como teleología de este momento cúspide: el
regreso de Jesucristo, parusia prometida, el edén del gen activado por
la espiral danzante. Otros rebeldes del New Age ven en el mesianismo la
mano del mass media, mano masónica, Maia. ¿Cristo será un
extraterrestre? ¿Un holograma? ¿Una bandera falsa que agrupe al mundo
bajo la tiranía velada de los reptiles, arcones, controladores, seres
inorgánicos y cualquier otro nombre que se les da estos vampiros
programadores y succionadores de la Matrix? Según una de las versiones
más interesantes de la nueva mitología cósmica, la cuántica, el mundo se
bifurcará (se está ya bifurcando), algunos seguirán viviendo esta
alucinación tridimensional, como si nada hubiera pasado, solo que
condenados a la prisión de su poca percepción; otros se bifurcarán a un
jardín trastemporal que podría ser el paraíso en comunión con la Diosa
Gaia Sofia, la divina madre Tierra. Vivirán en una orgía espiritual, de
regreso al origen, copulando con mujeres, diosas, estrellas, conversando
con plantas y animales, en el siguiente grado del aprendizaje de diseño
de universos. Ser es crear.
Todo esto parece ser un cóctel
extraordinario de creencias y proyecciones en el espejo neuroplástico de
la realidad. No se puede negar que es extraordinario, particular al
tecnomomento de la humanidad. La (des)información circula como nunca,
Internet es el terreno más fértil para la construcción de sistemas de
creencias, para viralizar memes y crear sectas (algunas de ellas podrían
ser puertas ciertas, pero ¿quién puede estar seguro?). ¿Hasta qué punto
los cambios que vemos en el planeta son únicos en su historia? ¿Hasta
qué punto son una burbuja de propaganda con agenda incluida? Es difícil
decirlo. Lo que sí parece inapelable es que la tecnología está cerca de
llegar a un punto singular, en el que se pone en juego la continuación
de la especie o su mutación. Estamos al borde de poder manipular nuestro
propio código, nuesta álgebra existencial, burlar la decadencia del
cuerpo, aumentar nuestra inteligencia, rediseñar nuestra genética, al
mismo tiempo que apuntamos a un abismo de inconciencia egocéntrica que
coquetea con la aniquilación. ¿Pero tiene esto una contraparte
galáctica? ¿Es el resultado de una pauta cósmica que se refleja en el
planeta, que nos coloca entre el cielo y el abismo, en un punto único y
sin retorno?
El ex bajista de la banda Blonde, Gary
Lachman, se ha convertido en un escritor relativamente notorio en el
ocultismo y en el new age, defendiendo una postura sobria y escéptica.
Lachman sostiene que en varias ocasiones la humanidad ha esperado el
Apocalipsis: «El deseo de cruzar el límite de las condiciones de vida de
una vez por todas parece estar embebido en la psique y es una forma de
impaciencia histórica o evolutiva». Lachman, sin embargo, advierte,
sobre los niños de la luz de Acuario y el poder de las flores:
«Expectativas exoribitantes pueden llevar a profundas depresiones y, en
un sentido macrocósmico popular, en algunos años el amor y la paz
abrazados sin reserva por la generación hippie se volvieron ‘el sin
futuro’ de los punks». ¿Qué hacer cuando no llegue el Apocalipsis? Por
lo pronto lo más sensato parece tomarlo con calma.
La escatología muestra que existen
numerosos momentos de anticipación apocalíptica. Por ejemplo, en el año
156, el frigio Montanus declaró que era la encarnación del Espíritu
Santo, acorde al cuarto evangelio, y que revelaría la llegada de reino
de Cristo, quien descendería de forma física del cielo (¿en un OVNI?)
para transformar Frigia en una Tierra de santos. Miles de cristianos
emigraron a Frigia en espera de la llegada del Mesías. Asimismo, como se
sabe, en el año 999 se generó el primer evento de milenarismo masivo,
en el que una parte del cristianismo anticipó el fin del mundo. También
cerca del 1200 la hermandad del Espíritu Libre, una comunidad de
cristianos radicales, crearon una de las primeras comunas hippies
rechazando la propiedad privada y se dedicaron al amor libre y al
hedonismo, todo porque esperaban la inminente llegada del fin del mundo
(¿cómo saber que el Apocalipsis no llegó para los que lo buscaban?). En
1666 el judío turco Sabbatai Zevi abandonó su autoproclamación como
mesías cuando tenía ya un enorme grupo de seguidores ante la amenaza del
Sultan Mehmet IV de hacer anatema de su doctrina.
En el albor del siglo XIX el mago
británico Aleister Crowley, después de utilizar a su esposa como médium
en un acto de magia sexual para canalizar a un espíritu extraterrestre,
anunció la llegada de un nuevo eon, el de Horus. Un par de décadas
después Alice Bailey, la continuadora de la teosofía de Helena
Blavatsky, canalizando a un espíritu ascendido de la Gran Frat Blanca,
dio cuerpo a la visión de una nueva era. Por esos tiempos el filósofo
Walter Benjamin, en sus ensayos “Crítica de la Violencia” y el “Carácter
Destructivo”, abogaba por la necesidad de un vehemente evento
conclusivo que restaurara el paraíso en el mundo caído. Benjamin
entiende que la energía creativa es también destructiva, que la muerte
es vida.
En 1974 el Apocalipsis entró en la
imaginería popular con el cometa Kohoutek. Un grupo cristiano llamado
los Children of God, que estaba a favor de “hacer el amor de forma
revolucionaria”, repartió panfletos anunciando el fin del mundo en enero
de ese año.
En 1987 Jose Argüelles, el autor de un
nuevo calendario maya, organizó eventos mundiales en torno a la
Convergencia Armónica, una alineación astrólogica que encauzaría a la
humanidad hacia la asención planetaria en diciembre del 2012. El
etnobótanico y superestrella psicodélica, Terence Mckenna, en un viaje
de hongos en la década de los setentas, habría entrevisto el final, el escatón,
un extraño atractor, punto omega, que magnéticamente llameaba como una
puerta violeta al final de la historia. Mckenna, combinando el I Ching
con matemáticas fractales, marcó el 2012 como la fecha cumbre y luego
adaptó su previsión al 21 de diciembre de 2012, en la que aparentemente
acaba el calendario maya. Día, también, en el que existe, según John
Major Jenkins, una nueva alineación con el centro de la galaxia, Hunab
Ku, que simboliza el renacimiento: como en el juego de pelota, el sol
atraviesa el vórtice uterino de la madre galáctica. Luego vino el 2000,
el Y2K y un fuego de petate en el cielo.
Todo esto nos introduce a una
posibilidad, que a mi juicio es aún más interesante que el cumplimiento
de una profecía o de una manipulación histórica. Que el Apocalipsis
existe en la mente. Como un drama cósmico que se reactúa. Que el 2012 es
justo lo que llama Argüelles en su calendario “el encantamiento del
sueño”. Un sueño entrañable en el mandala de la humanidad: la gran
ficción que se amalgama con la realidad. Consideren esta teoría:
Tal vez la noción o deseo de revelación de Apocalipsis (to pop an Apocalypse, a pill, a rabbit, an angel),
que genera tanto fanatismo y psicosis sea consustancial a la percepción
del universo, justamente la penetración del velo (la fulminante
desnudez de Isis). No porque el Apocalipsis esté escrito en una fecha
futura, profética, escritura celeste, sino porque es una transmutación
de la la eternidad, un asomo de la inexistencia del tiempo o presente
perpetuo que encierra, como un fractal, la historia entera del universo;
una irradiación del paradisíaco jardín hiperespacial entreverado en
cada átomo del universo. No porque el Apocalisps nos aguarde en el
futuro, como un extraño atractor, sino porque todos los instantes son el
Apocalipsis. ¿Es posible que más allá de los ciclos naturales de la
galaxia, del Sol, de la Tierra y del mismo ser humano, y sus diferencias
cualtitativas, el mítico retorno de la Edad de Oro sea la
representación del vislumbre de la eternidad? El fin del mundo ya sucedió,
verlo, como ver el espíritu en todo su esplendor en el cuerpo que
muere, es la edad dorada: porque vemos que morimos y nos damos cuenta de
que seguimos vivos: redescubrimos que ya somos todo (el Uno y el Otro) y
nunca podríamos dejar de serlo.
“El chamán es alguien que ha visto el
final”, dice Terence Mckenna, y por eso toma su lugar sin ansiedad,
mientras la trama se desenvuelve. No existe ansiedad en la visión del
final, no solo por saber qué va a pasar, sino por saber que el final es
el principio. La serpiente Ouroboros también tiene en la cola el Logos.
El Apocalipsis es el eterno retorno del Big Bang en el fractal del universo:
el hombre, y en ese sentido es deseable, como rueda caósmica de
creación. De conciencia que nosotros creamos el universo. Fuiste tú.
El acto de destruir el mundo sucede en el mismo instante de crearlo.
Y sin embargo, cuando no llegue el
Apocalipsis, hay que celebrar: que seguimos aquí, que aunque no nos
hemos convertido en el director de la película, al menos los guionistas
no nos han matado en el primer arco dramático presionados por los
ejecutivos para insertar pirotecnia y persecuciones. La trama cada vez
se vuelve más compleja e interesante, los personajes se vuelven
multidimensionales. Los guionistas empiezan a aceptar nuestras
recomendaciones, se retroalimenan de nosotros, nos dejan improvisar los
diá-logos. Celebrar: porque puedes tener tu propio Apocalipsis (tu
joystick, tu joyride a la velocidad de la luz) y no el que
creías tenían pensado para ti. Es tu derecho divino: decidir, diseñar y
poetizar conforme a los prinicipios estéticos del cosmos la forma en la
que despiertas del sueño.
Fuente: PijamaSurf
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