Reciente investigación científica confirma que el cerebro humano se comporta de la misma forma que el universo; al parecer las personas somos metáforas vivas del cosmos.
“Como es arriba, es abajo“
Hermes Trimegisto
Todo aquel que haya dedicado algo de
tiempo a observar la naturaleza habrá notado que existen ciertos
‘arquetipos estructurales’ que moldean múltiples formas de nuestro
entorno. Como una especie de ecos dinámicos, autoreplicantes,
encontramos un sinnúmero de ejemplos que nos remiten a la íntima
sintonía que une al microcosmos con el macrocosmos. Y sin duda la más
majestuosa de estas manifestaciones, al menos para un ser humano, es la
proyección analógica entre nuestro cerebro y el universo.
Si bien está relación micro-macro había
sido advertida hace siglos en distintas tradiciones místicas, por
ejemplo el Hermetismo, no fue hasta 2006 que un grupo de investigadores
confirmó la intrigante semejanza que existe entre una red neuronal y un
cúmulo de galaxias. Y este equipo de astrofísicos incluso sugirió la
posibilidad de que el cerebro humano y los cúmulos se desdoblaran de
manera similar. Es decir, no solo había una marcada semejanza en la
estructura, sino también en el funcionamiento.
La mística siempre un paso adelante de la ciencia
Como ya hemos mencionado antes, resulta
fascinante comprobar que muchos de los más espectaculares
descubrimientos que la ciencia logra en años recientes, ya eran
advertidos por ancestrales tradiciones místicas. El espejeante vínculo
entre lo micro y lo macro era ya sintetizado explícitamente en una de
las líneas de la Tabla Esmeralda
–probablemente redactada por Hermes Trismigestus–, la cual aparece
citada al inicio de este artículo. Esta premisa deriva en uno de los
principios herméticos, la Ley de Correspondencia, y de algún modo
termina resonando con la estructura holográfica, en la cual el todo está
contenido en cada parte, y viceversa.
Pero no solo entre los adeptos de Hermes
encontramos antecedentes directos a esta relación, también la escuela
tántrica enfatizaba en esta proyección de correspondencia, y lo mismo
sucede con algunos preceptos astrológicos. Incluso esa popular sentencia
bíblica que afirma en palabras de Dios: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza”. En síntesis, podríamos afirmar que la mística va,
siempre, un paso adelante de la ciencia –aunque no por ello deja de
resultar excitante cuando el conocimiento científico comprueba alguna de
las verdades trascendentales–.
Nuevas pruebas
En un estudio reciente, publicado por la revista Nature, dentro de su apartado de Reportes Científicos,
se comprueba que los diálogos eléctricos que sostienen las células del
cerebro humano forman una réplica de las figuras que adoptan las
galaxias al expanderse. Lo anterior, llevado a un plano aún más
ambicioso, podría confirmar que el protocolo bajo el cual un sistema
crece, concepto conocido como ‘dinámicas de crecimiento natural’, es el
mismo en cualquier tipo de red, independientemente de que se trate de
nuestro cerebro, el universo, las redes de colaboración entre individuos
de un grupo social, o el propio Internet –nótese que este ineludible
eco no solo envuelve a los sistemas naturales, también a los modelos
artificiales–.
Esta investigación, que fue realizada
por un grupo de científicos de la Universidad de California San Diego,
representa una provocación directa al estudio científico de la
naturaleza, ya que advierte importantes limitaciones propias de las
perspectiva con la que la ciencia aborda el entorno original. “Para un
físico es una señal inmediata de que hay algo que falta en nuestro
entendimiento sobre como funciona la naturaleza” advierte Dimitri
Kroukov, co-autor del estudio, ante la causal correspondencia entre la
forma de desenvolverse de nuestro cerebro y la del universo.
La unidad como protocolo universal
Al parecer podríamos estar acercándonos a
una especie de protocolo único que rige el comportamiento de cualquier
sistema, desde el infinito universo hasta la minúscula actividad
celular. Y curiosamente, en caso de confirmarse esta máxima, estaríamos percibiendo el eco del más contundente de los principios ligados a lo divino: la unidad.
¿Pero cuál es ese código detrás de la
correspondencia entre la figura de un óvulo fecundado y la del sol
envuelto rachas de gran actividad? ¿Qué clase de ritmos arquetípicos
modelan a semejanza un embrión humano y la superficie lunar? ¿Se trata
acaso del coqueteo de la ciencia con el hallazgo de ese lenguaje impreso en las manchas del jaguar que Tzinacán terminaría por descubrir? La
respuesta a estas interrogantes, como la esencia misma del universo, es
incierta. Sin embargo, parece cada vez menos excéntrico el acuñar
términos lúdicos, como ‘cerebro celestial’ o ‘galaxias cromosómica’. Y
por ahora baste saber que nuestro cerebro, las realidades que se
proyectan a partir de nuestra mente, y por lo tanto nosotros mismos,
somos una metáfora viva del cosmos.
Fuente: PijamaSurf
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