El código del ser humano también es open source y en nuestra expresión genética intervienen factores como el medio ambiente en el que crecemos, los alimentos que consumimos, las conductas que aprendemos y quizás hasta factores psicobiológicos. La epigenética revela una estimulante dimensión de cocreación evolutiva entre lo que hemos sido y lo que queremos ser (el hábito y la creatividad).
El descubrimiento del genoma humano
aunado a la herencia de la biología darwiniana ha hecho que para muchas
personas, algunos científicos incluidos, la genética sea vista como una
especie de destino o determinismo –nuestra vida escrita en el libro de
los genes. Sin embargo, en los últimos años, con el desarrollo del campo
de la epigenética, se ha demostrado que lo que somos y sobre todo lo
que seremos no está del todo definido –la expresión de nuestros genes
puede ser modificada por el entorno en el que crecemos, los alimentos
que consumimos, nuestra conducta (o la conducta de nuestros padres) y
algunos otros factores como el estrés (algunos biólogos incluso teorizan
que el pensamiento y nuestras creencias, un factor similar al efecto
placebo, podrían afectar la expresión genética). Así que genes
predispuestos al cáncer o al asma pueden o no expresarse –en cierta
forma cambiando el rol de un ser humano, en cuanto a su salud, de pasivo
a activo, capaz de modificar lo que le puede llegar a suceder.
Numerosos estudios corroboran la influencia del medio ambiente en la expresión de los genes. Un estudio
halló que niños que crecieron en granjas y cuyas madres tuvieron
contacto con una variedad de microbios tuvieron menos probabilidades de
desarrollar asma.
Dietas
durante el embarazo que contienen pocas cantidades de B-12, ácido
fólico (y otros nutrientes dentro del grupo metilo) han sido vinculados
con un mayor riesgo de asma y decfectos en la espina dorsal. (La
metilación se asocia con el silenciamiento de los genes y se ve afectada
por efectos ambientales). El estrés es también un factor importante en
las llamadas “etiquetas epigenéticas”. Mujeres embrazadas que vivieron
experiencias traumáticas durante el ataque de las Torres Gemelas dieron a
luz niños con una mayor propensión al estrés provocado por ruidos fuertes, personas desconocidas o alimentos.
Un estudio supervisado por Larry Feig,
de la Universidad de Tufts, comprobó que la capacidad del cerebro de
reprogramarse y un correspondiente aumento en la capacidad cognitiva
puede pasarse transgeneracionalmente. En el estudio ratones
genéticamente modificados para tener problemas de memoria fueron criados
en en un ambiente enriquecido –con juguetes, ejericio e interacción
positiva. Después de que se detectara que su memoria habia mejorado se
les regreso a las condiciones normales. Lo sorpendente fue que su
descendencia también mostró una mejor memoria, pese a que mantenía el
mismo gen deficiente y que no fue expuesta al ambiente enriquecido.
Un estudio en el sentido opuesto mostró
que ratas que crecieron con madres estresadas que abusaron de ellas
desarrollaron mutaciones epigenéticas y al tener ellas mismas
descendientes pasaron estas características –siendo a la vez “malas
madres”. Un estudio complementario hizo que ratas sanas criaran a los
hijos de las ratas estresadas –en ese caso los problemas se corrigieron
solamente de manera parcial, lo que sugiere que existe una interacción
perenne entre el ambiente y la epigenética. Feig teoriza que el ambiente
detona un cambio hormonal a largo plazo que modifica el ADN del feto,
lo cual, según estos casos, hace que mejore la memoria o que se crezca
con una propensión al estrés.
Esto cambios epigenéticos son llamados
epimutaciones y suelen ser mucho más rápidos y más fáciles de revertir
que la mutaciones comunes. Cambios adaptativos fenotípicos sugieren que
existe la posibilidad de acelerar la evolución de una especie. El futuro
de la medicina y del desarrollo colectivo e individual podría estar
ligado a la manipulación de la epigenética.
Queda claro que las experiencias de
nuestros padres pueden manifestarse no sólo como principios psicológicos
en nosotros sino también como expresiones genéticas novedosas. Esta
transmisión de información epigenética a su vez sugiere que quizás sea
posible que nosotros mismos desarrollemos voluntariamente epimutaciones y
podamos ser capaces de silenciar o expresar ciertos genes. Según el
controversial biólogo Bruce Lipton, la epigenética nos hace pasar “de
víctimas a maestros de nuestra propia biología”. El trabajo de Lipton ha
sido criticado por la ciencia establecida como seudociencia new age, en
base a que considera que nuestros pensamientos y creencias pueden
modificar la expresión genética.
Una actitud frente a la vida, de manera
similar a como ocurre con el efecto placebo puede curar o desarrollar
una enfermedad, según Lipton: “los cambios en comportamiento son
suficientes para reprogramar tus genes vía químicos que afectan la
actividad genética a corto plazo”. Lipton señala que el estrés, por
ejemplo, afecta la expresión de genes relacionados a la inmunología de
esta forma impidiendo que el cuerpo se proteja y regenere.
Con cierta promiscuidad epistemológica,
Lipton aplica libremente la interpretación de Copenhague de la física
cuántica a la biología, y supone que la percepción es capaz de afectar a
los genes (algo como un colapso de la función de onda a nivel
molecular). De esto se extrapola que el pensamiento, la oración, la
meditación y demás prácticas pueden propiciar epimutaciones. Otro
concepto interesante que baraja es que existen campos energéticos de
expresión genética que vinculan a los padres y a los hijos –esto es, más
allá de la reproducción sexual existe una continua transmisión de
información entre padres e hijos, tal que pueden verse afectados por una
intimidad a distancia que los vincula más allá del nacimiento, haciendo
de las enfermedades colectivos psicofísicos transgeneracionales.
Para explicar esto último probablemente
habría que recurrir a una teoría de transmisión de información a
distancia como la de los campos mórficos de Ruper Sheldrake. Según este
biólogo inglés existen campos de información compartidos entre miembros
de una especie que son transmitidos a través de una resonancia mórfica.
Aquellas cosas que han ocurrido con mayor frecuencia y con mayor
cercanía, tienen mayor posibilidad de volver a ocurrir y transmitirse
entre miembros de una especie (a esto Sheldrake llama “la presencia del
pasado”). Esto significa que un hábito aprendido por una persona puede
transmitirse y afectar la epigenética de otra persona sin que tenga que
ser heredado. El trabajo de Sheldrake, como el de Lipton, ha sido
criticado enormenente por el mainstream de la ciencia, especialmente por
el biólogo Richard Dawkins. Pero más allá de que sea o no aceptado
cabalmente dentro de una metodología y un paradigma científico, estas
ideas son particularmente estimulantes (quziás la biología del futuro).
Nos empoderan y responsabilizan de nuestro destino: todas las decisiones
y los estímulos a los que nos exponemos pueden alterar radicalmente
cómo seremos y cómo serán nuestros hijos, y nos pueden incluso liberar
de la aparente tiranía de nuestros padres, de nuestro pasado y del guión
que había escrito para nosotros la biología. Nuestra historia es una
obra en progreso, escribiéndose a código abierto.
Fuente: PijamaSurf
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