¿Es más escandalizante enterarnos que hay personas en China que comen animales vivos o saber que hay otros miles de personas en nuestras propias ciudades que no cuentan ni siquiera con lo básico para cubrir sus necesidades alimentarias cotidianas?
Día a día, de manera cotidiana y
mayormente inconsciente, decidimos con qué alimentar nuestro cuerpo. No
puede ser de otro modo: nuestra misma supervivencia depende de ello.
Incapaces de dejar de tomar esta importante decisión, el ser humano
promedia la necesidad de alimento con otras variables o modalidades,
como el exotismo de los platos o la simple practicidad y economía. Sin
embargo, esta relación entre lo que comemos y lo que somos está
atravesada de decisiones éticas que dan forma a las sociedades donde nos
desarrollamos.
Por ejemplo, en Occidente los exóticos
hábitos alimenticios de Oriente nos parecen por lo menos raros e incluso
perturbadores. En China se tiene una larga tradición de comida viva
(esto es, literalmente viva), donde incluso se premia
la maestría de los cocineros en platos como el de pez Ying Yang, donde
el animal debe seguir respirando en el plato a pesar de haber sido
descamado, sazonado y sumergido en aceite hirviendo.
El siguiente video muestra la
preparación de muchos de estos platillos en una competencia de Speed
Cooking. Las imágenes incluyen animales vivos siendo cocinados. Se recomienda discreción en el espectador.
Sin embargo, cabría considerar qué perspectiva culinaria es más cruel: la Oriental, donde el placer subordina a todas las demás consideraciones morales pero los comensales son conscientes de que su comida los está observando, o la Occidental, donde los niños crecen pensando que la carne molida se produce en una fábrica y que los animales son una especie de “producto” manufacturado. ¿Les dirías a tus hijos que los nuggets que se comen en los restaurantes de comida rápida en realidad son pollos que han sido molidos vivos?
En su famoso Dictionaire, el
filósofo francés Gilles Deleuze afirma que, aunque no siente ninguna
simpatía por las corridas de toros, le parece que la relación
humano-animal en la fiesta brava acepta la animalidad del toro sin
tratar de cambiarla. Lo verdaderamente monstruoso para Deleuze no es que
un hombre mate un toro dentro de una celebración sacrificial y
comercial, sino que la gente tenga perros y gatos en sus casas y que les
suprima precisamente su ser-animal, tratándolos como personas.
Activistas a favor del vegetarianismo y
el trato ético de los animales como Gary Yourofsky hablan en términos de
una colonización entre especies: los animales no necesitan el mismo
tipo de derechos que las personas, sino que las personas reconozcan sus
derechos en tanto animales. Un perro no necesita una
licencia de conducir ni un pasaporte, pero si coexistimos con uno,
debemos proveer los entornos adecuados para que, filosóficamente, el
perro pueda ser un perro y no una ridícula marioneta o extensión egótica
de sus “dueños”, ni un juguete para los niños.
Somos lo que comemos no solamente en un
sentido nutricional, sino también espiritual. Paul Valéry decía que “el
león no es más que oveja digerida” (probablemente corregiríamos que es
“cebra digerida”, pero la metáfora se entiende), implicando que nuestra
alimentación no cubre solamente nuestras necesidades alimenticias, sino
que también implica una consideración ética sobre nuestra
responsabilidad para con otras especies, además de para con la nuestra
propia.
¿No es ridículo pensar que más de 2 mil
millones de toneladas de comida se desechen cada año porque preferimos
comprar comida de microondas que cocinar lo que tenemos en el
refrigerador? Esto sin contar las prácticas de las grandes cadenas de
supermercados, que desechan comida en buen estado porque su fecha de
caducidad ha expirado. Activistas del freeganism, suerte de
anarquistas-humanitarios, rescatan mucha de esa comida para distribuirla
entre los desposeídos, pero el desperdicio sigue siendo el parámetro
para medir la riqueza en nuestra sociedad.
Dime cuánto desechas y te diré qué tan
rico eres. No necesitamos almacenar comida comprada en tiendas como
Costco sólo porque son más baratas, como si se tratara de prepararse
para el apocalipsis zombi: necesitamos hacernos conscientes de que
nuestras decisiones en cuanto a alimentación afectan no sólo a los
animales de los que nos aimentamos, sino también a la economía que
permite (o no) que otras personas se alimenten.
Videos como el anterior suelen recibir
miles de comentarios negativos por parte de los internautas, pero pocas
veces nos ponemos a pensar que nuestra sociedad está estructurada de tal
modo que consideramos “natural” tirar a la basura comida empacada
habiendo millones de personas que no tienen que comer. No se trata sólo
de la culpa cristiana de cuando nuestras madres decían que había niños
que comerían gustosos este mismo plato de sopa: se trata de preparar las
condiciones mismas para la sobrevivencia de la especie. Claro, comer
pescados vivos es una brutalidad, pero denunciar esto es hipócrita si no
va acompañado de una ética sobre las prácticas alimentarias que tenemos
en nuestras propias sociedades.
Fuente: Ecoosfera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario aquí