Para nuestro cerebro parece importar menos la verdad histórica que la verdad narrativa: las historias que nos contamos a nosotros mismos son importantes en términos evolutivos, para nosotros y para las generaciones venideras.
Los seres humanos no parecen ser otra
cosa que homínidos que evolucionaron a través de complejas narrativas
transmitidas de generación en generación a través del tiempo. Contar
historias está en nuestro ADN y la función práctica de las historias que
nos contamos y contamos a otros forman los límites de nuestro mundo.
El psicoanálisis y la literatura lo saben perfectamente, al igual que el nuevo libro de Philippa Perry, How To Stay Sane (“Cómo
mantenerse sano”), que reivindica los libros de autoayuda, los cuales
no tienen que ser tontos, obvios ni didácticos, y que en cambio pueden
ofrecer algunas claves para transitar por la velocidad de la vida
moderna.
”Nuestras historias”, afirma Perry,
“unen el pasado y el futuro en el presente para proveernos de
estructuras para trabajar por nuestras metas. Nos dan la sensación de
identidad, y más importante, nos sirven para integrar los sentimientos
de nuestro cerebro derecho con el lenguaje del izquierdo.”
Esta capacidad adaptativa es parte del
arsenal de supervivencia con el que cuenta nuestra especie, en la medida
en que los seres humanos evolucionaron cognitivamente escuchando
historias de los ancianos en torno a una fogata: “A medida que
envejecemos, es nuestra memoria de corto plazo la que desaparece más que
nuestra memoria de largo plazo. Tal vez hemos evolucionado así para ser
capaces de decirles a las generaciones más jóvenes sobre las historias y
experiencias que nos han formado y que podrían ser importantes para las
generaciones subsecuentes.”
Perry coloca en el centro de su
argumentación una razonable duda “acerca de lo que puede pasar si en
nuestras mentes la mayoría de las historias que escuchamos tienen que
ver con la codicia, la guerra y la atrocidad.” Algunos estudios
psicológicos podrían venir en su auxilio: la gente que mira televisión
más de cuatro horas al día está más condicionada para creer que pueden
ser víctimas de un accidente violento durante la próxima semana que
aquellas personas que miran sólo dos horas de televisión al día.
“El sentido que encontramos y las
historias que escuchamos tendrán un impacto en qué tan optimistas somos:
es así como evolucionamos. Si no sabes cómo traer significados
positivos de lo que ocurre en la vida, los caminos neurales que
necesitamos para apreciar las buenas noticias nunca aparecerán”, afirma
Perry, y amplía: “El problema es que si nuestra mente no está acostumbrada a escuchar buenas noticias, no tendremos los caminos neurales para procesarlas.”
Pero ser optimista no se trata de un
estado continuo de “felicidad y ojos radiantes”, sino de ser capaces de
disciplinarnos en el desarrollo de la tolerancia a la incertidumbre; ser
optimista, para Perry, significa “plantar algunas semillas con la
esperanza de que algunas de ellas germinarán y crecerán hasta ser
flores.”
¿Cómo pueden ayudarnos nuestras
narrativas internas a tener una mente más abierta al espectro saludable
de la vida? Según la escritora, tiene que ver con “practicar el desapego
de nuestros propios pensamientos a medida que los vemos como desde una
perspectiva aérea… Cuando hacemos esto, podríamos encontrar que nuestro
pensamiento pertenece a una historia más antigua y diferente que aquella
en la que vivimos ahora.”
En este sentido, nuestra mente funciona prestando más atención a las verdades narrativas que a las verdades históricas.
La sanidad mental parece estar estrechamente relacionada con nuestra
capacidad para proveernos de narrativas apropiadas para nuestra propia
vida que de aquellas que son más “reales”, o apegadas al discurso
político de nuestro día a día. Pero es un proceso diario:
“Necesitamos observar los patrones en las historias que nos contamos a nosotros mismos [así como] al proceso de
las historias, más allá de su mero contenido superficial. Así podremos
comenzar a experimentar con cambios en el filtro a través del cual
observamos al mundo, comenzar a editar nuestra historia y conquistar así
la flexibilidad allí donde nos hemos bloqueado.”
Fuente: PijamaSurf
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