La realidad es injusta. La política busca compensar la injusticia de la realidad con una sociedad justa. El capitalismo, sin embargo, es un sistema injusto (dominación de una mayoría por una minoría, sumisión de los intereses comunes a ciertos intereses privados), que nos lleva a una sociedad...
... injusta, y en ningún momento lo
esconde, es más, justifica su injusticia aludiendo a que es reflejo de
la naturaleza (ley de la selva, lucha por la supervivencia…). El
capitalismo busca el beneficio de unos pocos a costa de la mayoría (que
unos pocos vivan muy bien y el resto mal o muy mal). Para ello el
capitalismo necesita privatizar: que sea de unos pocos lo que antes era
de todos [1]. Así funciona el capitalismo: privatizar los beneficios
(por ejemplo, la sanidad) y socializar las pérdidas (por ejemplo, las de
los bancos). No es de extrañar que la política (la organización de la
polis, es decir, de lo público, lo que es de todos) quede sometida a la
economía (la gestión de tu casa, es decir, de lo privado).
¿Por qué seguimos aferrándonos al
capitalismo si es un sistema injusto que no para de generar deshechos
humanos? ¿Por qué desconfiamos de los políticos pero seguimos confiando
en el capitalismo? Si el capitalismo nos lleva a una sociedad injusta,
¿por qué preferimos entonces una sociedad injusta, si ya Rawls nos
mostró que lógicamente es preferible una sociedad justa?
Pues porque no somos lógicos sino psicológicos.
Algún día habrá que hablar de la
importancia del cine de Hollywood en la interiorización del sueño
americano (en la construcción de subjetividades capitalistas). A fin de
cuentas, casi nadie se ha leído a Milton Friedman; pero todos hemos
visto Pretty Woman. Mientras haya hombres que sueñen ser como Richard
Gere (un tipo rico que ha triunfado especulando y despidiendo
trabajadores), mujeres que sueñen que se les aparezca un Richard Gere
que les salve, o mujeres y hombres dispuestos a hacerle la pelota a
quien sea que tenga dinero (espeluznante la escena de los dependientes
de una tienda de moda haciéndole la pelota a Julia Roberts), el
capitalismo seguirá siendo, para la mayoría de la población, el menos
malo de los sistemas políticos. ¿Es este el futuro que quieren algunos
para nuestro país, hacerle la pelota a cuanto turista con dinero venga a
visitarnos?
En el viejo sistema feudal, dos personas
vivían bien, los señores, y el resto, los siervos, luchaban penosamente
por sobrevivir. El sistema era inamovible: los hijos de los señores
serían los nuevos señores y los hijos de los siervos los nuevos siervos.
El comunismo (y el anarquismo) nos propone un mundo justo donde ya no
habrá siervos ni señores, lo que es irrefutable lógicamente. El
capitalismo, por el contrario, mantiene la injusticia feudal; pero nos
promete que esta injusticia puede favorecernos (el sueño americano es
una promesa de éxito y ascenso social), pues ahora ya no van a ser dos
sino ocho los que van a vivir muy bien, pues es indiscutible que el
capitalismo genera riqueza, y alguna de esas nuevas plazas para nuevos
ricos puede ser nuestra si nos esforzamos, si somos disciplinados,
hacemos sacrificios y trabajamos mucho y bien. La injusticia del
capitalismo es su debilidad lógica, así como su gran potencia
psicológica: lógicamente es preferible una sociedad justa; pero
psicológicamente preferimos una sociedad injusta porque queremos que esa
injusticia nos favorezca (queremos vivir muy bien, ser ricos [2]) y, lo
que es más importante, creemos que la injusticia nos va a favorecer.
Y lo creemos, entre otras cosas, además
de por sesgos psicológicos como la ilusión de invulnerabilidad
(¿Quedarme fuera? Eso no me va a suceder a mí) o un “optimismo ilusorio”
cara al futuro que rompe el velo de la ignorancia de Rawls, porque nos
hemos creído (hemos interiorizado) los grandes mitos, más bien falacias,
del capitalismo: el mito de la libertad de mercado (¿cómo podemos
hablar de mercado libre en un sistema dominado por monopolios y
oligopolios?), el mito de la igualdad (de oportunidades) y, sobre todo,
el mito del self-made man, el hombre hecho a sí mismo (el capitalismo no
existe sin subjetividades capitalistas). Hablo de ese hombre que se
moldea a sí mismo… y solo; un sujeto aislado, abismado en su crecimiento
personal; un sujeto asocial y ahistórico que busca solo, en soledad y a
partir únicamente de su voluntad individual, crecer y enriquecerse
hasta alcanzar la mejor versión de sí mismo. Hablo de un individuo
narcisista que, en última instancia, se realiza consumiendo, no sólo
productos y servicios sino además experiencias e identidades. Como no
puede ser de otra manera, el capitalismo es el terreno en el que más y
mejor crecerá este “hombre hecho a sí mismo”; por ejemplo: realizándose
en su puesto de trabajo. La contribución de cierta psicología, pensemos
en ese género literario que son los libros de autoayuda, a la
interiorización de este mito es incuestionable.
El capitalismo se basa en la competición
y el beneficio (económico y a corto plazo), conceptos que aparecen
ligados: si te esfuerzas, compites y ganas (si triunfas), llegarás a
rico. No olvidemos que con el capitalismo ya no hay ricos y pobres sino
vencedores y perdedores (losers). Y mientras haya personas que admiren a
los triunfadores (empresarios, ladrones, futbolistas), el capitalismo
seguirá siendo un muerto que goce de una envidiable salud.
Algún día habrá que hablar del deporte,
tan sospechosamente parecido a la vida. En el deporte, como en la vida,
uno gana y el resto pierde, y además, como dice la canción de Abba, el
ganador se lo lleva todo. Nos dicen que el deporte es una buena manera
de educar a los niños. Y es cierto, por su extraordinario parecido con
nuestra forma de vida capitalista: la mayoría se quedará por el camino;
pero los ganadores ganarán mucho dinero en muy poco tiempo. El deporte
es una buena manera de convertir niños solidarios y cooperativos en
adultos egoístas y competitivos. El modelo a seguir por nuestros niños
es Cristiano Ronaldo, un tipo egoísta, egocéntrico, ególatra… pero, eso
sí, extremadamente competitivo; todo un ganador. Esto es lo que
necesitamos para salir de la crisis: menos artistas y más deportistas.
No creo equivocarme si digo que tipos como José Mouriño o Lance
Armstrong, para los que sólo importa ganar, sea como sea, pues el fin
justifica los medios, son tan representativos del capitalismo actual
como Emilio Botín, Milton Friedman o George Soros.
Todo esto puede ayudar a explicar por
qué a menudo los obreros votan a sus enemigos: no quieren pertenecer al
club de los obreros, desprecian a los suyos más aún que los propios
burgueses (la envidia a los ricos acaso sea más fuerte que el orgullo de
serlo). Por eso, mientras haya obreros, o hijos de obreros, que se
avergüencen de su condición, mientras el sueño de tantos ciudadanos sea
que les toque la lotería para poder vivir como los ricos, a poder ser de
las rentas, la muerte del capitalismo seguirá siendo una noticia
notablemente exagerada. Una imprescindible solidaridad entre perdedores
sólo será posible cuando comencemos, de una vez por todas, a aceptar
nuestra derrota, lo que exige dejar de lado engaños del tipo: es sólo
una mala racha, una crisis, nunca llovió que no parase…
Los noventa no van a volver. Ni para mí que entonces era guapo y las chicas me miraban por la calle, ni para nadie.
Y si hay alguien que aún cree
ingenuamente que somos muchos, incluso mayoría, por el hecho de que las
calles se llenen de gente, plantearía lo siguiente… ¿Cuántos de los
indignados lo que están en realidad es frustrados porque han sido
educados para consumir pero no podrán hacerlo, porque han sido formados
para ser élites pero no tendrán un trabajo acorde con su formación,
luego no podrán vivir y consumir como habían soñado; porque son gente de
clase media que soñaba ser clase alta y se encuentra ante la cada vez
más seria posibilidad de convertirse en clase baja? Recuerdo que los
indignados no eran antisistema sino ‘arreglasistema’ (No somos
antisistema, el sistema es antinosotros), y si estaban indignados era
porque no se rescataba al Estado del Bienestar, esa apuesta estratégica
para salvar el capitalismo y enfrentar la amenaza soviética. De hecho,
siempre he percibido cierta añoranza por los tiempos de bonanza
económica anteriores a la crisis. Los jóvenes del Mayo francés no
querían ser como sus padres; los jóvenes del Mayo español lo que querían
era vivir como los suyos, para lo que necesitaban salvar el
capitalismo, reformarlo para poder participar de él. 15m: reinicia el
sistema. No se trata de cambiar el sistema capitalista sino de
reiniciarlo, pues se ha producido un error del sistema y se han olvidado
de invitarnos a la fiesta del consumo, fiesta que llevamos esperando
desde niños.
Notas
1. Lo que es de todos no es de nadie y
no se gestiona eficientemente, mejor que la propiedad sea privada, así
el individuo, que es egoísta, al buscar su propio beneficio lo
gestionará mejor, lo que, por la mano invisible del mercado, redundará
en el beneficio general.
2. Hablo de los demás, claro, no de mí.
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