Uno de los argumentos tradicionales de la física para defender que la vida en la Tierra es única se basa en que las estrellas capaces de producir la cantidad suficiente de metales para que se crearan los primeros planetas tardaron su tiempo en formarse, de modo que el Sol sería de las primeras estrellas con los requisitos necesarios y, por tanto, la vida terrestre habría surgido cuando apenas el Universo permitía que ello fuera posible. Así, seríamos de los primeros, si no los únicos.
Pero las cosas han cambiado un pelín entre 2011 y 2012. Aunque, como siempre, el paradigma viejo, por muy desfasado que esté, permanece y sigue conformando la manera de ver las cosas. Quizás porque sencillamente resulta más cómodo y menos problemático.
Ahora se sabe que la existencia de planetas rocosos es ajena a las características de la estrella que los acoge en su sistema. Si hasta ahora se consideraba que ésta debía ser rica en metales, parece ser que tal requisito sólo es necesario para la formación de planetas gigantes, así que el abanico cósmico de lugares propicios se ha multiplicado considerablemente. En un estudio publicado en junio de 2012 a partir de los datos de la misión Kepler de la NASA, los científicos descubrieron que los planetas pequeños como la Tierra se pudieron formar en entornos mucho más amplios.
Lars A. Buchhave, astrofísico del Instituto Niels Bohr, el Centro de Formación Estelar y Planetaria de la Universidad de Copenhague y autor principal del estudio, comentó: «Deseaba investigar si los planetas pequeños precisaban hallarse en un entorno especial para formarse tal y como ocurre con los gigantes de gas, de los que se sabe que suelen desarrollarse en entornos con una concentración elevada de elementos pesados. Este estudio muestra que en el caso de los planetas pequeños no existen “preferencias” y pueden formarse alrededor de estrellas con una amplia gama de contenido metálico pesado, incluso de estrellas con tan sólo un 25 % de la metalicidad del Sol.» En el estudio se señala que en estas condiciones se pueden generar planetas de hasta cuatro veces el tamaño de la Tierra.Cuando la metalicidad ya no es un problema tan grande, la posibilidad de encontrar planetas habitables aumenta no sólo en el espacio, sino en el tiempo. Así, ahora se admite que los primeros planetas pudieron haberse formado hace 8.000 millones de años cuando menos o, extendiendo el margen a su límite, incluso hace 12.000 millones de años, cuando los primeros procesos estelares de fusión y expansión de elementos pesados tras las primeras supernovas hicieron que los metales comenzaran a tener una presencia mínima pero suficiente como para formar planetas rocosos, los cuales habrían orbitado en torno a enanas rojas con una prolongada existencia por delante. Esto significa que habrían existido planetas dos y casi tres veces más antiguos que los del Sistema Solar, cuya formación se remonta a “tan sólo” 4.500 millones de años.
(Fuente: cordis.europa.eu)
La comunidad científica suponía que los granos de las regiones exteriores que rodean una enana marrón –un objeto parecido a las estrellas, pero demasiado pequeño para brillar como ellas– no podían crecer ni crear planetas debido a la dispersión de los discos donde se encuentran, además de que las partículas se moverían demasiado rápido como para unirse al colisionar.
Pero según las observaciones del conjunto de telescopios Atacama Large Millimeter/submillimeter Array(ALMA), en Chile, ese planteamiento no es correcto y los granos podrían llegar a formar planetas rocosos.
Hasta ahora se creía que este tipo de planetas se forman a través de las colisiones aleatorias y la unión de lo que, en un principio, serían partículas microscópicas del disco de material que rodea a las estrellas. Este diminuto material, conocido como polvo cósmico, es parecido al hollín o a granos de arena muy fina
Además, las teorías predominantes afirman que, en el entorno de las enanas marrones, cualquier grano que quisiera formarse se movería con rapidez hacia la enana marrón, desapareciendo de las partes exteriores del disco en las que podrían detectarse.
“Nos sorprendió muchísimo encontrar granos de tamaño milimétrico en ese disco delgado y pequeño,” dice Luca Ricci, del Instituto Tecnológico de California (EE.UU.), quien lidera un equipo de astrónomos con sedes en EEUU, Europa y Chile.
“Tendremos que cambiar nuestras suposiciones sobre las condiciones necesarias para el crecimiento de sólidos”
“En las frías regiones exteriores del disco que rodea a la enana marrón no deberían formarse granos sólidos de ese tamaño, pero parece que se forman. No estamos seguros de que puedan desarrollarse planetas rocosos completos, o de si ya ha ocurrido antes, pero estamos viendo los primeros pasos, de manera que tendremos que cambiar nuestras suposiciones sobre las condiciones que se requieren para el crecimiento de sólidos”, afirma.
(Fuente: Agencia SINC)Una idea que se afianza tras haberse confirmado que existen planetas errantes y que su número, ateniéndonos únicamente a la Via Láctea, podría ascender a unos cuantos cientos de miles de millones.
Rizando el rizo, los planetas errantes también podrían ser capturados por sistemas estelares y pasar a convertirse en parte de los mismos, de forma que la búsqueda de regiones con estrellas capaces de haber producido los metales necesarios pasaría a segundo plano.
Finalmente, y como anécdota complementaria a todo lo expuesto, el proceso de formación de vida en el universo también ha dado sus sorpresas en 2012 y algunas informaciones interesantes han quedado esparcidas en varios artículos de este blog.
Por no hablar, finalmente, de ese estudio sobre dinosauroides en algún lugar de la Galaxia…
Todo ello no hace más que complicar la paradoja de Fermi, pues ante mayores posibilidades de vida inteligente, la pregunta sobre dónde se esconden las civilizaciones avanzadas aumenta la contradicción.
La paradoja de Fermi es la contradicción entre las estimaciones de una alta probabilidad de que existan civilizaciones inteligentes en el universo y la falta de evidencia de dichas civilizaciones. De ella se deriva la idea comúnmente aceptada de que si realmente existieran, deberíamos tener noticias de su realidad y, puesto que no la tenemos, no existen.
Aceptando por un rato –lo más breve posible, puesto que podría afectar peligrosamente los ya de por sí bajos niveles de sensatez en el inconsciente colectivo humano— que no hay evidencias de contacto extraterrestre alguno ni ahora ni nunca en el pasado, surge la duda de si realmente es apropiado preguntarse por qué no sabemos nada de inteligencias superiores.
Para la escritora de ciencia ficción Sarah Newton, esta cuestión es una equivocación surgida de la falta de humildad de esta nuestra especie. Según ella, la pregunta clave sería, por el contrario, cuánto nos falta por evolucionar para que alguien considere oportuno establecer un contacto abierto con los habitantes de un planeta cuya inteligencia presuntamente más evolucionada, el homo sapiens, apenas cuenta con medio millón de años.
Reflexiona el periodista científico Keith Cooper:
Uno de los argumentos favoritos en contra de la paradoja de Fermi era que se necesita tiempo para alcanzar el límite de metalicidad, lo que supone que el Sol sería una de las primeras estrellas con el nivel requerido y que, por tanto, la Tierra sería uno de los primeros planetas con vida. Ahora vemos que los planetas y la vida pudieron surgir en prácticamente cualquier punto de la historia cósmica, lo que socava este argumento en contra y nos obliga a preguntarnos una vez más: ¿dónde está todo el mundo? Si la vida aparece por primera vez en planetas hace entre doce y trece mil millones de años, entonces las civilizaciones inteligentes (si es que han sobrevivido todo este tiempo) estarán ahora miles de millones de años por delante de nosotros y sus preocupaciones ya no son las de los acontecimientos en una bola de barro húmeda en alguna parte de las interioridades de la galaxia. Quizás civilizaciones que son muchos miles de millones de años más antiguas emplean su tiempo desviando la energía de los agujeros negros o viviendo dentro de Esferas de Dyson.
(Fuente: Astrobiology)A ver… si la vida hubiera sido posible hace 12.000 millones de años, las civilizaciones capaces de haber sobrevivido nos llevarían varios miles de millones de años de ventaja. Se dice pronto. En este marco cobra especial fuerza la escala de civilizaciones para contrarrestar la paradoja de Fermi.
En 1964, el astrofísico ruso Nicolai Kardashev teorizó que las posibles civilizaciones avanzadas que existan ahí fuera deben estar agrupadas de acuerdo a tres tipos, según las formas de energía que dominen y exploten: I, planetaria; II, estelar y III, galáctica. Kardashev calculó que el consumo de energía de estos tres tipos de civilización estarían separados por un factor de muchos miles de millones.
Se trata de un método de clasificación que ha llegado hasta nuestros días bajo el nombre de “escala de Kardashev”
y que ha sido perpetuado en el tiempo por grandes divulgadores como
Carl Salgan y, ahora, por el físico y divulgador Michio Kaku, el cual lo
ha puesto al día con los últimos grandes avances que permite la física
teórica, tales como agujeros de gusano, teleportación cuántica, viajes
espaciales, nanotecnología, etc.
1. Civilizaciones tipo I: las que recogen la potencia planetaria, utilizando toda la luz solar que incide en su planeta. Pueden, quizá, aprovechar el poder de los volcanes, manipular el clima, controlar los terremotos y construir ciudades en el océano. Toda la potencia planetaria está bajo su control.
2. Civilizaciones tipo II: las que pueden utilizar toda la potencia de su sol, lo que las hace 10.000 millones de veces más poderosas que una civilización de tipo I. La Federación de Planetas en Star Trek es una civilización de tipo II. En cierto sentido, este tipo de civilización es inmortal; nada conocido en la ciencia, como las eras glaciales, impactos de meteoritos o incluso supernovas, puede destruirla. (En el caso en que su estrella madre esté a punto de explotar, estos seres pueden moverse a otro sistema estelar, o quizá incluso mover su planeta hogar).
3. Civilizaciones tipo III: las que pueden utilizar la potencia de toda una galaxia. Son 10.000 millones de veces más poderosas que una civilización tipo II. Los borg en Star Trek, el Imperio en La guerra de las galaxias y la civilización galáctica en la serie Fundación de Asimov corresponden a una civilización tipo III. Ellas han colonizado miles de millones de sistemas estelares y pueden explotar la potencia del agujero negro en el centro de su galaxia. Circulan libremente por las calles espaciales de la galaxia.
(Kaku, Física de lo imposible)Una civilización de tipo III, por ejemplo, sería capaz de dominar el tejido espaciotemporal a su antojo, no sólo para viajar libremente y aprovechar toda la energía disponible en el Cosmos, sino incluso para crear sus universos propios a la manera de universos paralelos. Los dioses en su estado puro, ni más ni menos.
Los terrícolas seríamos una civilización de tipo 0, fuera de la escala. Derivamos nuestra energía no del aprovechamiento de fuerzas globales sino de la combustión de materia muerta como petróleo y carbón y aún no hemos desarrollado una conciencia planetaria. Según el físico Freeman Dyson, del Instituto para Estudios Avanzados de Princeton, deberíamos alcanzar la situación de Tipo I en un plazo no mayor de 200 años si queremos sobrevivir.
Y es que, por definición, una civilización avanzada debe crecer más rápido que la frecuencia de catástrofes que amenacen la vida, tales como las señaladas por Michio Kaku en The physics of Extraterrestrial Civilization:
- El impacto de un gran meteorito o cometa tiene lugar una vez cada
pocos miles de años, una civilización de tipo I debe dominar el viaje
espacial para desviar los escombros en un marco de tiempo que no suponga
un problema.
- Las glaciaciones tienen lugar en una escala temporal de decenas de miles de años, por lo que una civilización de tipo I debe aprender a modificar el clima dentro de este marco temporal.
- Las catástrofes artificiales e internas deben ser también tenidas en cuenta. Pero el problema de la contaminación global es solo una amenaza mortal para una civilización de tipo 0. Una civilización de Tipo I que ha vivido durante varios milenios como civilización planetaria necesariamente lleva a cabo un equilibrio planetario a nivel ecológico.
Dicho todo esto, el primer paso que se me antoja en esto de los niveles de evolución es contestar con sinceridad a la paradoja de Fermi:
¿Por qué no sabemos nada de ellos? Porque no quieren.
¿Por qué no encontramos evidencias de su paso por estos lares? Porque no queremos.
¿Dónde se esconden? Ah… quizás demasiado cerca para descubrirlos con telescopios…
Alcanzada la humildad, vendrá eso de la conciencia…
Fuente: Erraticario
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