La percepción multisensorial, la sinestesia y, en general, el trabajo colectivo de nuestros sentidos conforman una suerte de “desktop” en perpetuo cambio y variación dependiendo del momento y lugar que se vive.
Por mucho tiempo hemos trabajado bajo una concepción errónea de los sentidos. Pregunta a cualquier persona que conozcas cuantos sentidos tenemos y probablemente te va a decir cinco, a menos que empiece a hablar acerca de un sexto sentido. Pero ¿por qué elegir cinco? ¿Qué pasa con el sentido del equilibrio que proporciona el sistema vestibular, que nos indica si vamos hacia arriba o hacia abajo en un elevador, hacia adelante o hacia atrás en un coche, o de lado a lado en un barco? ¿Qué pasa con la propriocepción (percepción individual o qualia) que nos da un sentido claro de donde están nuestras extremidades cuando cerramos los ojos? ¿Qué hay de sentir dolor, calor y frío? ¿Son tan sólo una parte del tacto, tal como la sensación de tocar una planta o la seda? ¿Y por qué pensar en experiencias sensoriales como ver, oír, saborear, tocar y oler, como si fueran producidas por un solo sentido?
Los neurocientíficos contemporáneos han postulado dos sistemas visuales, uno responsable de cómo se ven las cosas para nosotros, el otro para el control de la acción, los cuales funcionan de forma independiente el uno del otro. El ojo puede caer en ilusiones visuales, pero la mano no, llegando sin problemas a comprender una forma que parece más grande de lo que es para el observador.
Y aún más. Hay buenas razones para pensar que tenemos dos sentidos del olfato: un sentido externo del olfato, el olfato ortonasal, producido por la inhalación, lo que nos permite detectar las cosas en el medio ambiente, los alimentos, las fragancias o el humo, por otro lado el sentido interno, el olfato retronasal, producido por la exhalación, lo que nos permite detectar la calidad de lo que acabamos de tomar o comer y así determinar una noción de la satisfacción.
Y aún más. Hay buenas razones para pensar que tenemos dos sentidos del olfato: un sentido externo del olfato, el olfato ortonasal, producido por la inhalación, lo que nos permite detectar las cosas en el medio ambiente, los alimentos, las fragancias o el humo, por otro lado el sentido interno, el olfato retronasal, producido por la exhalación, lo que nos permite detectar la calidad de lo que acabamos de tomar o comer y así determinar una noción de la satisfacción.
Asociado con cada sentido del olfato hay una respuesta hedónica distinta. El olfato ortonasal da lugar al placer de la anticipación. El olfato retronasal da lugar al placer de la recompensa. La anticipación no siempre se corresponde con la recompensa. ¿Alguna vez has notado cómo los aromas tentadores de los ingredientes de un té nunca son igualados por el sabor? Siempre hay un poco de decepción. Curiosamente, el alimento donde la intensidad de los aromas ortonasales y retronasales son igualados perfectamente es el chocolate. Obtenemos justo lo que esperábamos, lo que puede explica por qué el chocolate es un poderoso estimulante.
Además de la proliferación de los sentidos en la neurociencia contemporánea, otro cambio importante está teniendo lugar. Solíamos estudiar los sentidos aisladamente, con la gran mayoría de los investigadores centrados en la visión. Las cosas están cambiando rápidamente. Ahora sabemos que los sentidos no funcionan de manera aislada, sino que se combinan en las etapas tempranas y tardías del procesamiento para producir nuestras experiencias de percepción hacia nuestro entorno. Casi nunca es el caso de que nuestra experiencia nos presente solo visiones o sonidos. Siempre estamos disfrutando de experiencias conscientes compuestas por imágenes, sonidos, olores, el tacto de nuestro cuerpo, el sabor en nuestra boca, y sin embargo estos no se presentan como clusters sensoriales independientes. Simplemente disfrutamos de la rica y compleja escena sin pensar mucho en cómo los diferentes colaboradores producen toda la experiencia.
Le damos poca importancia a cómo el olfato ofrece un fondo para cada momento de vigilia consciente. Las personas que pierden su sentido del olfato pueden caer en una depresión y muestran menos signos de recuperación un año más tarde que las personas que pierden la vista. Esto se debe a que los lugares conocidos ya no huelen igual, y la gente ya no tiene su firma olfativa reconfortante. Además, los pacientes que pierden el sentido del olfato creen que han perdido el sentido del gusto también. Al analizarlos pueden reconocer el rango de sabores que van de lo dulce, agrio, salado, amargo salado y metálico. Pero todo lo demás que falta en la experiencia de lo que están comiendo, se debe al olor retronasal.
Lo que llamamos gusto es uno de los casos de estudio más fascinantes de la inexactitud de nuestro punto de vista hacia nuestros sentidos: no se produce sólo por la lengua, sino que siempre es una amalgama de gusto, tacto y olfato. El tacto contribuye a la generación del gusto en salsas cremosas, masticables u otros alimentos de sabor, crujiente o rancio. La única diferencia entre las papas con “sabor” rancio o fresco está en la textura. La mayor parte de lo que llamamos “gusto” es en realidad olor en forma de olfato retronasal, por lo que las personas que pierden su capacidad de oler dicen que ya no pueden percibir el sabor de nada. El gusto, el tacto y el olfato no sólo están combinados para producir experiencias de los alimentos o líquidos, sino que dan la información de los canales sensoriales separados y como se funden en una experiencia unificada, la percepción del sabor es el resultado de la integración multisensorial de la información gustativa, olfativa y oral somatosensorial en una experiencia única cuyos componentes no somos capaces de distinguir.
El gusto es una de las experiencias más multi-sensoriales que tenemos y puede ser influenciada por la vista y el sonido. Los colores del vino y el sonido que hace la comida cuando la mordemos o masticamos pueden tener un gran impacto en nuestra apreciación resultante, en la evaluación, y la irritación del nervio trigémino que haría que el chile se sienta “picante” o que el mentol se sienta “fresco” en la boca sin ningún cambio real en la temperatura.
En la percepción sensorial, la integración multisensorial es la regla, no la excepción. En la audición, no nos limitamos a escuchar con nuestros oídos, usamos nuestros ojos para localizar las fuentes aparentes de los sonidos, como en el cine cuando “escuchamos” las voces procedentes de la boca de los actores en la pantalla aunque los sonidos provienen de los lados de la sala. Esto se conoce como el efecto de ventriloquia. Del mismo modo, los olores retronasales detectados por los receptores olfativos de la nariz se perciben como los gustos en la boca.
Otra sorprendente colaboración entre los sentidos se debe al cruzar efectos para que la estimulación de un sentido aumente la actividad en otro. Observar los labios de alguien a través de un lugar lleno de gente puede mejorar nuestra capacidad de escuchar lo que están diciendo, y el olor a vainilla puede hacer que un líquido adquiera un “sabor” dulce y menos amargo. Fabricantes industriales conocen estos efectos y saben explotarlos. Ciertos aromas en shampoos, pueden hacer que el pelo se “sienta” más suave y las bebidas de color rojo adquieran un “sabor” más dulce, mientras que las bebidas de color verde claro adquieren un “sabor” más amargo. En muchas de estas interacciones la visión domina a otros sentidos, pero no en todos los casos.
Por otro lado, el fenómeno de la sinestesia puede ayudar a comprender la naturaleza convencional de nuestras experiencias sensoriales. En muchos casos de sinestesia, un estímulo que se experimenta normalmente en una forma, por ejemplo como un sonido, es también automáticamente experimentado de otra manera, por ejemplo como un color. Una persona con el tipo de sinestesia de sonido-color ve los colores y formas simples cuando escuchan un sonido. El mismo sonido se produce siempre con los mismos colores y formas. Alguien con sinestesia del gusto-tacto tiene sensaciones táctiles en sus manos cada vez que tienen un sabor en la boca. El mismo sabor siempre se produce con la misma sensación del tacto en las manos. Las conexiones particulares entre el sonido y el color que un sinestésico del tipo sonido-color experimenta normalmente difieren de las conexiones experimentadas por otro sinestésico del mismo tipo. En este sentido, las conexiones son una convención arbitraria.
V.S. Ramachandran y otros han sugerido que la sinestesia no sólo no es un trastorno, sino que es una exageración de algunos aspectos del sistema de percepción. Un nuevo estudio del psicólogo Daniel Smilek ha encontrado algunos patrones entre la frecuencia que un sinestésico utiliza un número determinado y el brillo del color de sus experiencias sinestésicas. Es decir, entre más usan letras o números en su vida cotidiana, más luminosos resultan los colores sinestésicos. Simultáneamente encontró que esta relación no se limita a las experiencias sinestésicas de color. Cuando a gente “no-sinestética” se le pidió que seleccionaran un color para asociar cada letra del abecedario y los números del 0-9, los no-sinestésicos también seleccionaron los colores más luminosos para los números y las letras utilizadas con mayor frecuencia. La relación entre la luminosidad y la frecuencia también se pudo medir en el caso de los no-sintestésicos. Esto ciertamente apoya la idea de que todos tenemos un poco de sinestesia en diferentes niveles.
La suma de nuestras herramientas de percepción: los sentidos, los multi-sentidos y la sinestesia conducen al concepto de nuestro desktop de percepción y cómo éstas herramientas han evolucionado para guiar la conducta adaptativa y no para reportar verdades objetivas, es decir, nuestra tendencia a valorar o distorsionar la realidad. Como resultado, debemos tomar nuestras experiencias sensoriales en serio, pero no literalmente. Es aquí donde el concepto de un desktop sensorial es útil, los íconos que representan nuestros archivos no están ahí para reflejar la verdad, están ahí para facilitar comportamientos útiles. El desktop de percepción puede mejorar nuestra caja de herramientas cognitivas al redefinir nuestra actitud hacia nuestras propias percepciones.
Es común suponer que la forma en que veo el mundo es, al menos en parte, la forma en que realmente es. Porque, por ejemplo, si experimento un mundo de tiempo-espacio y objetos, es común suponer que estas experiencias son, o al menos parecen, verdades objetivas. El concepto de un desktop de percepción me hace replantear todo esto. Afloja el agarre de experiencias sensoriales en la imaginación. El tiempo-espacio y objetos sólo pueden ser aspectos de un desktop que es específico para mi. Tal vez no sean una visión profunda de las verdades objetivas, sólo convenciones convenientes que se han desarrollado para permitirme sobrevivir en mi nicho. Algo nunca “es”, algo nunca “debería ser”, todo se transforma en el tiempo-espacio desde el ángulo y momento en que lo percibo.
Fuente: PijamaSurf
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