La ironía de nuestro mundo estriba en lo siguiente: las armas nucleares son utilizadas con fines políticos mientras que las herramientas de exploración de conciencia son ilegalizadas y proscritas por su potencial subversivo.
El movimiento hippie de los años 60
quedó como una viñeta desgastada o vynil viejo de una época de utopías,
amor libre y comunión universal. Pero su perspectiva sobre las
relaciones personales y la integración de sustancias psicodélicas a su
vida cotidiana no amenazaba –como parecen querer decir las políticas
restrictivas al respecto– los cuerpos de los hippies: se trata
de una amenaza política contra el control ontológico de la gente, así
como del potencial subversivo que estas formas de vida implican para el
orden establecido.
DMT, psilocibina, mescalina: ¿qué tienen
en común estas sustancias además de ser ilegales? Que son psicoactivos,
drogas de conciencia que producen acciones alternativas de la psique;
sus efectos en el cuerpo son potentísimos, pero a diferencia de drogas
adictivas como los opioides y las benzodiacepinas, totalmente pasajeros y
no adictivos.
Alan Moore, creador de comics como V for Vendetta, Watchmen y libros como Voice of the fire además
de antiguo entusiasta de los psicodélicos, decía que los alucinógenos
son como un teléfono con línea directa hacia Dios: una vez que te
contesta, no tiene sentido seguir llamando.
Y es que la experimentación con
sustancias psicodélicas, si va inscrita en un viaje personal de
autoconocimiento y cuestionamiento de la realidad, puede ser un aliado
para flexibilizar la mente de preconceptos adquiridos y nociones
limitantes sobre nosotros mismos y sobre el mundo.
Es por ello que las sociedades
originarias y ritos chamánicos desde Siberia hasta Brasil utilizaron por
siglos los alucinógenos como puertas a explicaciones de otra naturaleza
sobre la naturaleza misma de lo real –nunca como un estado continuo de
uso.
Nosotros utilizamos vitaminas con más frecuencia de lo que los chamanes utilizan peyote, por ejemplo.
El potencial subversivo de lo que puede
hallarse en este tipo de sustancias es peligroso para el establishment
político y social porque plantea serias preguntas acerca de la
“normalidad” de la realidad, preguntas que no permitirían que el aparato
de control predijera o tuviera información suficiente sobre las
tendencias de acción de la población.
La
ilegalidad de las drogas y la marginalidad del pensamiento filosófico y
humanístico son potencialmente nocivos con los efectos que el
establishment desea producir a través del condicionamiento ideológico de
los medios masivos de comunicación; la única idea de libertad en
nuestros días es la libertad de consumir: variedades de marcas de un
mismo producto nos dan la sensación de competencia y gratificación, pero
limitan el espectro de nuestra acción sobre el mundo –nos limitan en el
sentido en que un ratón de laboratorio puede elegir entre dos puertas
para salir de un mismo laberinto.
Las sustancias alucinógenas sin duda no
son la única via para cuestionar el aparato de control, pero son una que
al menos el sistema puede limitar a través de las leyes. Prohibir este
tipo de sustancias en realidad prohibe una exploración de tipo
filosófico sobre el mundo, una percepción desarrollada sobre la
naturaleza de la realidad –en fin, una búsqueda, del mismo modo que si
las fronteras de un país estuvieran cerradas por obra del gobierno.
Esto no es ninguna teoría de
conspiración: la propaganda antidrogas que siguió a los años 60
ilegalizó las drogas de conciencia, sustancias que habían sido legales
hasta entonces porque simplemente no se les conocía (o como en el caso
del LSD-25, porque su popularización surgió de investigaciones
farmacéuticas).
Para todo fin práctico, los hippies
perdieron la guerra. No podía haber sido de otro modo: la guerra está
planteada en los términos del sistema. En vez de una sociedad de paz,
amor libre y comunión tenemos el aparato de seguridad y control más
grande que la humanidad haya visto. El poder expresarlo “libremente” en
Internet y no ser fusilado por ello sólo muestra la sofisticación del
sistema mismo, en cuanto que permite neutralizar la protesta a través de
la “libertad” de expresión.
Estamos a muchos años de la crisis de
los misiles, Bahía de Cochinos y Vietnam, pero tenemos nuestra propia
crisis de los misiles con las tensiones entre las dos Coreas. La ironía
es que el Estado moderno considere mucho más peligrosa la exploración de
la conciencia al grado de ilegalizarla que la amenaza global que
implican las armas de destrucción masiva.
Con información de Disinfo.
Fuente: PijamaSurf
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